“Es como pasar por delante de una estatua de Hitler todos los días”
En septiembre de 2020, un grupo de indígenas de la etnia Piurek, del Cauca colombiano, derribó la estatua del conquistador español Sebastián de Belalcázar – fundador de Cali y Popayán –, ubicada en el Morro de Tulcán, donde se hallaba un cementerio sagrado que data de la época precolombina. Según el comunicado oficial del Movimiento de Autoridades Indígenas del Suroccidente, la decisión se tomó luego de que los indígenas Piurek celebraran un juicio simbólico, en el que se declaró culpable a Belalcázar por delitos como las masacres y abusos contra los indígenas, así como el despojo y la apropiación de sus tierras y herencias – delitos que, según especialistas, se encuentran descritos en fuentes históricas.
Un mes después, en la avenida Reforma de la Ciudad de México, una estatua de Cristóbal Colón fue retirada por las autoridades locales, argumentando labores de mantenimiento. Puesto que se hizo dos días antes de la conmemoración de la llegada de Colón a América, se especuló que la coincidencia de fechas no era producto de la casualidad. Además, pocos meses antes se realizó una convocatoria, en internet, para solicitar que el Gobierno de la capital mexicana retirara las esculturas que rinden “homenaje al colonialismo”.
Dos días más tarde, pero esta vez en La Paz (Bolivia), un grupo de activistas de la organización Mujeres Creando se manifestaron, en la Plaza de Isabel de Castilla, rebautizando el espacio como la Plaza de la Chola globalizada. Durante el evento, la estatua de Isabel La Católica, quien financió la expedición de Colón en 1492, fue adornada con una pollera– la falda tradicional usada por las mujeres indígenas o Cholas de ese país – con un sombrero típico boliviano y un aguayo – la manta colorida, de lana tradicional, con la que llevan a sus bebés a cuestas.
Las activistas fueron lideradas por tres mujeres que “comenzaron como trabajadoras del hogar y ahora una estudia Sociología, otra Derecho, y la tercera es la primera chola graduada como chef de la escuela hotelera de La Paz”. María Galindo, fundadora de la organización, afirmó haber recibido numerosas críticas, entre las que fueron acusadas de agraviar el monumento. Galindo asocia tales críticas al racismo presente en la sociedad boliviana, en vista de la interpretación hecha del traje que caracteriza a la mujer indígena como un insulto.
La activista aseguró a Verne que, con sus acciones, intentan visibilizar las consecuencias del colonialismo y cuestionar la idea de la mujer blanca “como la reina, patrona, dueña del mundo (…) un modelo de mujer, de belleza y de virtud, un sujeto de feminidad muy específico que funciona hasta el día de hoy en las sociedades latinoamericanas” y que, según ella, se contrapone a la percepción de la mujer indígena como “la fea, la no deseada, la destinada a los trabajos más baratos y duros”.
Si bien en otras regiones del mundo la alteración o derribo de estatuas y monumentos no es un fenómeno reciente, en Latinoamérica no se han documentado tantos casos de acciones similares. No obstante, en 2019, durante manifestaciones paralelas a las ocurridas en Santiago de Chile, algunos mapuches – el pueblo indígena más grande de Chile – derribaron estatuas de conquistadores españoles como Pedro de Valdivia y Diego Portales. Aunque anteriormente en Caracas (Venezuela), el 12 de octubre de 2004 fue derribada la estatua Colón en el Golfo Triste – en cuyo lugar fueron puestas estatuas de indígenas – el acto fue cuestionado por no surgir a iniciativa de grupos indígenas, sino de presuntos intereses políticos de la época.
En Estados Unidos, donde estas acciones han sido más frecuentes, algunas de las estatuas derribadas han sido figuras vinculadas a la colonización hispánica. En Los Ángeles, en junio de 2020, un grupo de manifestantes contra el racismo, incluyendo indígenas de origen latinoamericano, derribaron la estatua de Fray Junípero Serra – el fundador de las primeras misiones de California. Al respecto, Jessa Calderón, artista y activista indígena, opinó que “[e]sto es solo el principio del cierre de las heridas de nuestro pueblo”, por considerar la imposición histórica de la religión como un evento relacionado con “horror, brutalidad y opresión”. Calderón afirmó que tolerar la presencia de ese tipo de monumentos es, para los indígenas, comparable a obligar a un judío a “pasar por delante de una estatua de Hitler todos los días”.
En entrevistas realizadas por el diario El País a profesores y activistas especializados en el tema, todos “coinciden en comprender la ira de los que tiran las estatuas, cuando el debate nunca pudo abrirse por otros canales democráticos”. El profesor de Literatura Hispana de la Universidad del Sur de California, Roberto Ignacio Díaz, considera que “[h]ay una especie de furia colectiva (…). No en un sentido negativo. Es una rebelión en sentido positivo y épico”. Si bien el profesor Díaz admite que derribar estatuas podría considerarse vandalismo, también podría ocurrir que el fenómeno acabe convirtiéndose en un hecho memorable, como otros eventos similares recogidos por la Historia.
Sandra Borda, profesora de ciencias políticas de la Universidad de Los Andes, en cambio, prefiere no calificar estos hechos de vandalismo, y propone analizar las razones y mensajes tras ellos. Díaz también aclara que derribar estatuas “no es borrar la Historia. La Historia se escribe en libros. El monumento, por lo general, se hace para honrar los eventos de los que un país está orgulloso y sobre los que quiere reflexionar”.
La historia “debe ser revisionista siempre”, de la misma manera que “se actualiza la medicina”, según Erika Pani, historiadora del Colegio de México. En este sentido, Manisha Sinha, profesora de Historia de la Universidad de Connecticut, considera que estos procesos consisten en evaluar si las estatuas presentes hace décadas, y hasta siglos, representan los valores democráticos que guían actualmente a los países donde se encuentran.
Por su parte, la activista indígena mexicana Yásnaya Aguilar Gil se concentra en el simbolismo del derribo de estatuas, que “no siempre va contra un personaje concreto, sino contra la carga simbólica que representa”, tanto al erigirlas como al tumbarlas. En este último caso, se buscaría derribar también, simbólicamente, las ideas de opresión, esclavitud y colonialismo.
Volviendo al derrumbe de la estatua de Belalcázar, éste ocurrió en el marco de diversas movilizaciones, en territorio colombiano, contra la violencia y amenazas históricas cometidas en contra de grupos indígenas, incluyendo la ola de asesinatos recientes de algunos de sus líderes. También, alegan su voluntad de reescribir la historia que los libere de las marcas colonialistas. La exigencia de los Piurek es que no se restablezca la estatua de Belalcázar – tal como afirmó el alcalde de Popayán –, sino que se erija algún monumento de alguien que “redignifique” la identidad de sus pueblos. Igualmente, exigen al Estado colombiano “la reparación histórica en tiempos de racismo, discriminación, feminicidios, corrupción y asesinatos de líderes sociales”.
––––––––––
Publicado originalmente en: Global Voices (Creative Commons)
Por: Sabrina Velandia el día 12 January, 2021