La suerte es algo que uno desea “tener” y por eso se tiende a “buscar” para que nos acompañe o respalde, aunque por contra la podamos “esquivar” y hasta burlar. El célebre alea iacta est de Julio César nos recuerda que también podemos “echar algo a suertes”. E igualmente cabe “tentarla”, como bien sabe por ejemplo cualquier jugador de mus que se inclina por lanzar un órdago –hor-dago en euskera significa por cierto “ahí queda eso”, como el Dasein heideggeriano.
Desde la teoría de juegos, al traducir a Jon Elster, Toni Domènech consagró entre nosotros la expresión “domar la suerte”; mientras que Juan Antonio Rivera aborda “el poder del azar en la historia y en los asuntos humanos” en su obra El gobierno de la fortuna.
Al prologar su libro Sobre el juego, Javier Echeverría se refiere a lo que conlleva “cargar la suerte”:
Quien quiere cargar la suerte está abierto a lo improbable, a la seducción del instante, a las mil posibilidades abiertas en cada lance vital. El jugador que carga la suerte difiere de sí mismo al hacerlo, se sobrepasa, desborda lo que sabe hacer y se sorprende a sí mismo sabiendo más de lo que creía.
Ceguera e imparcialidad
Haciendo un somero inventario de sus alias o avatares, comprobamos que se suele identificar a la suerte con el ciego azar o la diosa fortuna. La ceguera propia de lo aleatorio se introduce, por ejemplo, para garantizar que una evaluación científica sea más imparcial y por eso se recaban informes científicos por el sistema de doble par ciego, aun cuando no se sorteen unos evaluadores que son elegidos por cooptación entre sus pares. Curiosamente, los venecianos combinaban sucesivamente un rosario de cooptaciones y sorteos para designar a sus dogos, mostrando su desconfianza en utilizar tan solo uno de ambos métodos.
Resulta llamativo que, además de verse vinculada con la ceguera del azar, la suerte también guarde cierta relación con sus antípodas conceptuales. Es decir, con ese destino ya escrito, que algún pensador como Kant homologa simultáneamente con la naturaleza e incluso con la providencia divina, superando con ello la escandalosa identificación espinosista del Deus sive natura.
Escoger una u otra metáfora no es baladí. Mientras el Dios padre nos revela sus incontestables planes a través de las Escrituras y sus intérpretes nos hacen acatarlos mediante premios o castigos, el gran libro de la Naturaleza nos desvela sus leyes cuando aprendemos a descifrar los códigos en que se han formulado, para ir adaptándonos cabalmente a sus dictados.
Los hados favorables
El enunciado “que tengas mucha suerte” viene a ser sinónimo de “que te sonría la fortuna”, “que los hados te sean favorables” o “que Dios te acompañe”. Bajo registros aparentemente tan distintos late una misma idea. Hay cosas que, al escapar a nuestro control, se resisten a nuestras intenciones y desbaratan cualquier cálculo probabilístico.
Catalogamos a la suerte como buena o favorable, si se pliega dócilmente a nuestros deseos, querencias o voliciones, mereciendo el calificativo de mala o adversa cuando las esquiva. La cuestión parece reducirse a que uno se salga con la suya o quede chasqueado. Sin embargo, a veces hacemos de la necesidad virtud y encajamos los reveses como algo positivo que nos hacen tomar senderos inesperados o conseguir metas con las que tan siquiera nos habíamos atrevido a soñar.
Variantes lingüísticas del termino suerte
Cada idioma destaca un aspecto de la polifacética suerte. Los franceses, al hablar de chance, resaltan la oportunidad, el momento favorable asociado al kayrós griego.
Con su luck, los anglófonos invocan la fuerza que causa las cosas. En alemán Glück significa igualmente felicidad, subrayando el hecho de que nos puede hacer dichosos.
Los italianos hablan directamente de fortuna, como sus ancestros latinos. En el extremo opuesto, para chinos y japoneses, el número cuatro denota mala suerte, porque los fonemas de sus respectivos ideogramas resultan muy similares al de la muerte.
Al margen de nuestra capacidad y nuestro empeño, hay otro factor decisivo para lograr nuestros objetivos y esa coyuntura, feliz o adversa: la suerte. Con ella se culmina lo perseguido por nuestros talentos y nuestro talante. La suerte nos puede librar de un accidente, hacer ganar una oposición o descubrir al amor de nuestra vida, si no decide darnos la espalda. Tiene que venirnos de frente y por eso hay que asirla por los cabellos, porque a la ocasión “la pintan calva” y podemos perder esa oportunidad irrepetible.
Naturaleza, providencia o destino en Kant
Kant es quien se atreve a homologar la suerte nada menos que con lo providencial, el destino y la naturaleza. El oculto plan de la naturaleza que desentraña su historiador filosófico equivale en términos funcionales a los guiños del destino, al igual que a los inescrutables designios de la providencia divina, tal como señala en su ensayo titulado Hacia la paz perpetua.
Si decidimos conferir a la suerte rasgos antropológicos, nos encontraremos con una u otra deidad, que podemos domiciliar en el reino de los cielos o en el monte Olimpo, como sucede con Tyché. Hay también una variedad de dioses orientales, aunque acaso topemos con el daimon de nuestro fuero interno. Quien opte por despersonalizarla, preferirá referirse al fatum de los estoicos, ese fatídico e inexorable destino que somete a quienes pretenden resistirse o burlarlo y guía eficazmente a quien asume sus pautas, con arreglo al conocido adagio estoico.
Una camaleónica felicidad
A partir del árabe (az-zahr) contamos con el término azar como eventual sinónimo de suerte, para realzar su carácter aleatorio e imprevisible, como sucede con los juegos de azar, donde la pericia cuenta nada o muy poco. En la lotería nadie gana empleando su astucia, si exceptuamos casos tan singulares como los de Voltaire o Casanova, que lograron enriquecerse con la lotería “jugando” cada cual a su manera como banca.
Para Kant nuestra felicidad, cuyo carácter primordial afirma reiteradamente, presenta el problema de ser algo harto voluble que no podemos controlar al depender tanto de la suerte, pues no cabe pronosticar con certeza sus circunstancias mas favorables, máxime cuando nuestra propia noción al respecto no puede ser más imprecisa y camaleónica.
La fortuna en Maquiavelo y el azar en Schopenhauer
Maquiavelo escribe algo similar sobre la fortuna en sus Caprichos para Sonderini:
Quien fuera tan sabio como para conocer los tiempos y el orden de las cosas, sabiendo acomodarse a ellos, tendría siempre buena fortuna o se guardaría siempre de la mala, y vendría a ser cierto que el sabio domina las estrellas y los hados. Pero como no se dan tales cosas, porque los hombres no pueden gobernar su propia naturaleza, se sigue de ello que la fortuna cambia y gobierna a lo hombres, teniéndolos bajo su yugo.
Según Schopenhauer fracasamos al intentar satisfacer nuestras necesidades o los deseos imaginarios, pues no cabe colmar unas vasijas desfondadas por mucho que nos favorezca la suerte. Además el azar señorea sobre la tierra, granjeándonos reveses, pero asimismo bienestar. Lo malo es que la caprichosa suerte no sólo nos arrebata cuanto se le antoja otorgarnos graciosamente y en ocasiones nos despoja también de lo adquirido con esfuerzo.
En sus Escritos de juventud Schopenhauer lo describe así:
Ten en cuenta que Azar, ese poder que domina esta tierra, junto a su hermano Error, su tía Necedad y su abuela Maldad, nos amarga la vida con pequeños y grandes reveses propinados a diario. Hazte cargo de que a ese malvado poder le has de agradecer tu bienestar e independencia, al darte lo que no concede a tantos miles para poder ofrecérselo a un individuo como tú. Cuando lo medites bien, advertirás que cuanto tienes no has de agradecérselo a tu esfuerzo, sino al favor de una caprichosa princesa y que, si le diera el antojo de arrebatártelo parcial o totalmente, lejos de clamar por tal injusticia, sabrás que Azar coge cuanto te había dado, reparando en el hecho de que no es tan dadivoso como te parecía hasta ese momento. Sólo que podría no conformarse, ¡y disponer también de aquello que hayas obtenido laboriosa y honradamente!.
¡Caramba con la suerte! Los avatares del azar y la fortuna no pueden ser más caprichosos, como bien señala Maquiavelo y el poema O fortuna popularizado por Carl Orff al comienzo de su Carmina burana.
La pandemia de COVID-19 nos ha recordado que la mejor suerte se cifra en conservar nuestra salud física y mental, tal como señaló Riccardo Muti en su saludo del Concierto de Año Nuevo al reivindicar los bienes culturales como algo fundamental para mantenernos cuerdos y fomentar un mundo mejor. Ojalá 2021 nos traiga suerte para salir airosos de un azaroso y desafortunado trance cuyo destino aún está por desvelar.
Roberto R. Aramayo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Roberto R. Aramayo, Profesor de Investigación IFS-CSIC (GI TcP). Historiador de las ideas morales y políticas. Proyectos BIFISO (PIE-CSIC-CIV19-027), ON-TRUST CM (H2019-HUM5699), PAIDESOC (FFI2017-82535) y PRECARiTYLAB (PID2019-105803GB-I0), Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)