- Sorpresiva Visita a Monterrey: Una Narrativa Crítica sobre la Violencia Organizada
- El Miedo Cotidiano
- Inmersión en la Realidad
- Confrontaciones y Reflexiones
- Soluciones Tempranas en Mente
- Conclusión Reflexiva
- La Voz de una Regiomontana: Ángela Monte
- Preguntas frecuentes
- Sorprendente Acontecimiento en la Ciudad de Monterrey
- Efectos de la Presencia Narconómica
- Acuerdos y Conflictos Revelados
- Proyección de Cambios Futusivos
- Conclusión Reflexiva
- Información sobre Ángela Monte
- Texto original (2010)
Nota editorial (2025): publicado originalmente en 2010. Se añadió una versión estructurada con fines enciclopédicos. El texto original se conserva íntegro como parte del archivo histórico.
Sorpresiva Visita a Monterrey: Una Narrativa Crítica sobre la Violencia Organizada
En esta narrativa personal e impactante, Ángela Monte relata su visita sorpresa a Monterrey y cómo el temor organizado por parte de los bandos narco influyó profundamente tanto en ella como en su familia. A través de experiencias marcantes desde la concepción hasta regresar a Suiza con recuerdos que no desea volver a tener, Ángela utiliza un tono neutral para narrar su experiecia sin ofrecer juicios ni opiniones preconcebidas sobre el tema.
El Miedo Cotidiano
Una vez llegadas a Monterrey, la familia de Ángela Monte se desvía inmediatamente del tranquilo viaje planeado. El impacto es tan fuerte que el camino habitual hacia casa está interrumpido por un puente destruido debido al Huracán Alex y calles cerradas tras una lucha entre narcotraficantes.
Inmersión en la Realidad
Ángela, su marido y sus hijos se topan con el frío realismo de las balas callejeras. Una vez que pasa una balacera cerca del trayecto habitual hacia casa, Ángela no puede más evitar la confrontación directa al reconocerse un espacio peligroso entre los vehículos circulantes.
Confrontaciones y Reflexiones
- Balacera en el Parque: Un Día de Temor Sin Luz del Sol
- Cambios Bruscos: El Ataque Directo a un Negocio Local
- Una Noche de Caos: La Balacera en el Corte del Cajero
- Estrangulando el Miedo: La Presión Continua
Un episodio particularmente conmovedor ocurre antes de las 7 p.m., demostrando que la violencia no es exclusivamente una cuestión de oscuridad ni horas específsicas.
El temor se extiende más allá del acto directo de la violencia cuando Ángela, mientras espera en el vehículo que conduce su hermano hacia casa desde una cita laboral tardía, siente cómo los patrulleros militares atacan a un narcotraficante y hirieron otros.
Más allá de los eventos violentos, la narrativa detalla cómo una familia completa resultó gravemente herida cuando su taxi se volcó durante un altercado.
Ángela reflexiona sobre cómo la presencia constante de miedo ha afectado a su familia y comunidad, llevándolos incluso más al interior para evitar los riesgos viales.
Soluciones Tempranas en Mente
Mientras se encuentra sola esperando a su hermano después de cerrar el negocio, Ángela contempla las medidas que podrían haberse tomado para evitar los eventos violentos anteriores. Sus ideas reflejan una búsqueda temprana por respuestas y libertad contra la delincuencia.
Conclusión Reflexiva
A pesar de que regresó a Suiza con cierta paz, Ángela Monte no se siente completamente libre. La narrativa termina reflejando su dolor y la perspectiva crítica sobre cómo el miedo organizado por parte del narco influye en los ciudadanos mexicanos.
La Voz de una Regiomontana: Ángela Monte
Ángela Monto es regiomontana, psicóloga y bloguera. Desde Suiza escribe como parte del proyecto Reporteras de Guardia.
Preguntas frecuentes
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Sorprendente Acontecimiento en la Ciudad de Monterrey
¿Qué provocó una visita sorpresa al destino inicialmente planeado?
Después de llegar a Monterrey, las circunstancias extraordinarias resultaron en el desvío inesperado del viaje previo planificado debido a un puente destruido por el huracán Alex y disturbios entre narcotraficantes.
Efectos de la Presencia Narconómica
¿Cómo afecta la violencia narcomenud a los habitantes cotidianos?
La narrativa destaca cómo el miedo organizado por parte del narco se ha concretado en una realidad tangible, alterando no solo las rutas diarias sino también la psicología de aquellos que residen.
Acuerdos y Conflictos Revelados
- ¿Por qué sucedieron los incidentes violentos antes del anochecer?
- ¿Cómo reaccionaron las comunidades frente a un ataque directo?
- ¿Qué impacto tuvo el incidente del negocio local?
- ¿Cómo se experimenta el miedo continuado en su comunidad?
Un episodio conmovedor indica que la violencia puede ocurrir en cualquier momento, demostrando que no es limitada por el ciclo diurno.
La narrativa aborda la respuesta de la familia, quien se enfrenta al peligro con valor mientras espera ayuda.
Ángela reflexiona sobre cómo la violencia extendió sus consecuencias más allá de los individuos a todo un vecindario.
Ángela y otros miembros del pueblo reflexionan sobre las medidas tomadas para protegerse, como evacuar a sus hijos a un lugar seguro.
Proyección de Cambios Futusivos
¿Qué soluciones propuso Ángela Monte mientras esperaba su hermano?
En un momento reflexivo, considera medidas que podrían haberse tomado para mitigar el riesgo de tales confrontaciones y busca formas proactivas contra la delincuencia.
Conclusión Reflexiva
¿Cómo se sintió Ángela Monte al regresar a Suiza?
A pesar de haber volado hacia casa con una sensación relativa de paz, la experiencia dejó un impacto duradero y la narración refleja su dolor colectivo.
Información sobre Ángela Monte
Ángela Monto es regiomontana, psicóloga y escritora. Desde Suiza contribuye al proyecto Reporteras de Guardia como parte del discurso feminista ambiental.
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Texto original (2010)
En este artículo personal e impactante, Ángela Monte relata su visita sorpresora a Monterrey y cómo la violencia organizada en México dejó un huella imborrable tanto para ella como para su familia. A través de vivencias marcantes desde el momento del embarazo hasta regresar a Suiza, se adentra en los miedos cotidianos vividos frente al terror narco y las reflexiones sobre posibles solucpheras. Ángela utiliza un tono neutral para narrar su experiencia sin ofrecer juicios ni opinión preconcebida sobre el tema, permitiendo así que los lectores se sumerjan en la realidad desgarradora de vivir bajo amenazas constantes y reconsideren las posibles soluciones al conflicto.
Llegué con mi familia a media tarde del sábado 17 de julio pasado a Monterrey, proveniente de una semana de relax en las playas de Miami. Habíamos planeado las vacaciones desde principios de año y un mes antes de emprender nuestro viaje, ya estábamos muertos de miedo por todo lo que se conocía a través de los medios sobre la incesante ola de violencia en la capital del estado de Nuevo León.
En más de una ocasión mi marido y yo hablamos del tema y de la posibilidad de cancelar la segunda parte del viaje (Monterrey); hasta hicimos un “plan B” en caso de que las cosas se pusieran peor. Pero pudo más el sentimiento de no ver a mi familia en tres años y allá fuimos.
El impacto fue instantáneo una vez que llegamos a Monterrey, pues el trayecto normal del Aeropuerto hacia casa de mi madre estaba impedido. Largos recorridos buscando calles no tan transitadas y en buen estado, convirtieron los 30 minutos habituales en poco más de una hora: justo habían pasado dos semanas que el Huracán Alex destrozara media ciudad.
A mi paso pude ver, hechas realidad, las fotografías que dieron vuelta al mundo en manos de la prensa: puentes rotos, calles cerradas, árboles caídos y casas muy afectadas. Afortunadamente el barrio de la casa de mi madre no sufrió daño alguno, a pesar de encontrarse cerca del famoso Río Santa Catarina, desbordado.
Mi familia y yo teníamos algo en mente desde mucho antes de llegar. Estas serían unas vacaciones para disfrutar a la familia, sin muchas salidas como en visitas anteriores. Sabíamos bien sobre el peligro latente–aún ahora- en las calles después de oscurecer, con los enfrentamientos entre narcotraficantes de bandos contrarios o entre estos y la fuerza militar.
No fue sino hasta la siguiente semana cuando, un poco aclimatada ya al lugar, me topé con la primera balacera en las calles durante mi camino hacia una tienda de conveniencia. En el coche íbamos solas mi hija de 7 años y yo, en una de las pocas avenidas rápidas que quedaron con vialidad libre.
De pronto los coches circulaban más lento, con muy poca distancia entre unos y otros, me desesperé y comencé a rebasarlos. Vi cómo había un espacio enorme entre ellos y una patrulla de policía y fue ahí cuando me di cuenta del peligro. En ese momento pensé que los coches ponían mucha distancia de por medio, por el temor de que algún grupo armado les disparara y el resto fuéramos alcanzados por la balas.
Era cierto, debajo del puente a desnivel por el que pasábamos, se desataba una balacera en la que murieron dos jóvenes de 24 años ambos; “halcones de la delicuencia organizada”, decía la prensa del día siguiente. De regreso a casa, pues no tenía otra alternativa que recorrer el mismo camino, ya estaban el centenar de pratullas y soldados en el punto donde se dió el fuego asesino.
Aquel episiodio ocurrió pasadas las 7 de la tarde, ni siquiera estaba oscuro todavía, señal inequívoca de que el peligro ya no era exclusivo de las sombras nocturas. Habría que extremar precauciones.
En más de una ocasión me tocaron como vecinos de semáforos vehículos tipo “pick up” con hombres que no escondían sus armas largas, más bien las sostenían con orgullo en sus costados. Sobresalían de los vidrios de las ventanas, podían verse aún con estos cerrados y oscurecidos. ¡Qué horror!
La reacción generalizada de la gente era voltear la mirada hacia otro lado de forma inmediata, hacerse como si no hubiéramos visto nada. Mis ganas de fotografiar aquella nueva realidad de mi terruño eran muchas, pero el temor por la seguridad de los míos fue mayor y no me atreví a hacerlo.
Varias veces nos reunimos con toda mi familia, casi siempre los festejos terminaban temprano por el temor generalizado de las balas callejeras que son el pan de cada día. En ciertas ocasiones algunos sobrinos y sus familias se toparon con bloqueos u operativos de la fuerza armada, luego de episodios violentos. Todos nos comunicábamos entre nosotros hasta saberlos llegar sanos y salvos a sus casas. Algo inusual, hasta por lo menos tres años antes, en nuestra última visita.
Las salidas a parques recreativos fuera de Monterrey fueron totalmente nulas, las autopistas hacía los puntos lejanos son sumamente peligrosas a cualquier hora. Los criminales, además de sus enfren
tamientos a balazos en los que mucha gente inocente queda herida, utilizan la violencia física para despojarla de sus vehículos y robarlos, o para sus ya muy famosos bloqueos viales.
Corría la segunda semana y, un poco más confiada, regresaba de una de mis salidas sola a una reunión con mis amigos bloggers regios. En el trayecto se me ocurrió pasar a recoger a uno de mis hermanos a su negocio para llevarlo a su casa. Cuando llegué hasta donde él estaba, me comentó que su esposa tal vez ya iba en camino y le contesté que entonces me iría directo a casa.
Él lo pensó un momento y optó por hablarle por teléfono para informale que se iria conmigo, me pidió 10 minutos mientras hacia el corte de caja y cerraba el local. Yo mientras esperé en el coche.
Apenas arrancar de ahí, me di cuenta que a unos tres o cuatro autos adelante nuestro, iba una patrulla que de pronto encendió su torreta. “Ya pasó algo”, le comenté. Trato de tranquilizarme diciéndome que seguro no era nada, más que un rondín de rutina. “No creo, acabo de ver cómo encendió su torreta”, le dije, pero no me hizo mucho caso.
Sólo recorrimos unas cuatro cuadras cuando la patrulla se atravesó en una calle, el policía salió para desviar el tráfico hacia las calles aledañas. En ese momento mi cuñada habló al celular de mi hermano y le pregunto por cuál calle íbamos circulando. Cuando mi hermano le dijo el crucero por el que pasábamos, alcancé a escuchar como ella –histérica- le decía: “¡Sálganse de ahí, dos cuadras adelante hay una balacera!”.
En efecto, en aquela ocasión los militares mataron a un narcotraficante e hirieron a dos más cuando, al disparale a las llantas de su coche, salieron los tres corriendo y disparándoles. Antes, había chocado con un taxi en el que iba una familia al completo: los padres, sus tres hijos y el taxista. El taxi volcó hasta quedar en posición vertical, los paramédicos hicieron esfuerzos enormes para sacar a los heridos de ahí. Se cerró prácticamente una parte del centro de la ciudad y aquello se volvió un caos.
Lo peor para mí fue pensar en que, sí me hubiera ido sin mi hermano cuando le dije que me iría directo a casa, hubiera quedado enmedio del fuego cruzado. Aquellos 10 minutos de mi hermano, para cerrar su negocio, me salvaron de toparme de frente aquel espectáculo espantoso.
La siguiente semana y media de nuestra estancia, pasó sin ningún otro suceso como los anteriores, pero el miedo ya se había apoderado de nosotros. Prácticamente quedamos en casa la mayor parte del tiempo, saliendo sólo dentro de distancias cortas y asegurándonos siempre de circular por calles que tuvieran salidas alternas en caso de necesidad.
Mis parientes me decían que exageraba. Tal vez ellos, como la mayoría de los regiomontanos, ya están acostumbrándose a vivir a salto de mata; tal vez ya estén sensibilizados al temor, pero a mi –aún ahora a la distancia- me sigue pareciendo demasiado peligroso.
‘Mala suerte…’
Mi marido dice que, basados en las estadísticas de la cantidad de habitantes de Monterrey y su área metropolitana, así como el número de posibles integrantes de la delincuencia organizada y el área de acción de estos, la probabilidad de sufrir un suceso lamentable es algo baja. Yo no quería hacer la prueba y sí, lo reconozco, el miedo se apoderó de mi… ¡y de mi marido!

Creo que él también estaba rebasado con los acontecimientos, tanto que abrió un blog escrito en alemán, nomás para relatar lo que nos acontecía en la Sultana del Norte. Alguien lo vio en algún directorio de blogs suizos y una persona del periódico “20 Minuten Online” lo contactó vía e-mail. Luego de un intercambio de correos electrónicos, le llamaron hasta Monterrey para hacerle una entrevista que fue publicada el pasado viernes 20 de agosto y cuyo cabeza se traduce así: “Mala suerte, de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada”.
En ella se tocaron varios temas relacionados con el narcotráfico, como la falta de libertad de expresión en los medios mexicanos, el temor de estos a publicar los sucesos tal y como suceden, y la extrema libertad de los medios no tradicionales para abordarlo en forma cruda e irreverente, tal como sucede con uno de los blogs que más controversia internacional está causando en el momento: El blog del narco
Lo cierto es que los últimos 10 días que pasamos allá, hubo una calma aparente y regresamos a Suiza con bien, aunque con un sabor amargo en la boca.
No pasaron 24 horas de nuestro regreso a Suiza, cuando se supo del secuestro y posterior asesinato del alcalde de Santiago, Nuevo León y del enfrentamiento en el Colegio Americano de Santa Catarina, donde murieron dos guardas de seguridad privada del Grupo FEMSA. Y lo que nos falta por ver.
No sólo en Suiza se habla del peligro que se corre en México. Las noticias de ejecuciones y balaceras son tema internacional, y eso me hace sentir pena por mi país.
Y no por el prestigio o desprestigio de la nación, sino por el temor de que en un momento u otro, mi familia o conocidos lleguen a ser víctimas inocentes, como ya ha pasado en tantísimas ocasiones en los últimos años.
La pregunta que mucha gente se plantea es ¿Existen soluciones posibles para combatir esta problemática? Tal vez. Se barajan muchas medidas, como la militarización del Estado, la intervención de los Estados Unidos, como sucedió con Colombia, la legalización de algunos tipos de drogas, la concientización de la población sobre la denuncia o el hecho más socorrido por los pudientes: huír del país.
Bien lo dijo Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
¡Dios nos agarre confesados!
Ángela Monte es regiomontana, psicóloga y bloguera. Vive en Suíza, desde donde escribe como participante en el proyecto Reporteras de Guardia.

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