La rapidez asombrosa con la que los científicos están consiguiendo vacunas efectivas contra la covid-19 es un hito histórico que está siendo señalado como prueba fehaciente de la efectividad de la ciencia y de la tecnología apoyada en ella. Es difícil encontrar un ejemplo más claro en el presente.
No obstante, desde hace un tiempo hay voces que anuncian que la ciencia está agotándose debido precisamente a su éxito. Es decir, está alcanzando los límites de lo científicamente cognoscible. Ven señales de ello en una cierta ralentización del progreso teórico en las últimas décadas. Pero, ¿es ajustada a la realidad esa percepción?
La idea de que el progreso científico se está deteniendo –o llegando a su fin– se ha repetido en la física al menos desde finales del XIX, unos años antes de que se produjera la gran revolución de la teoría de la relatividad y la teoría cuántica. Se ha vuelto a defender en otras ocasiones a lo largo del siglo XX, extendiéndose a otras ciencias.
Cuando hablamos de progreso científico habría que empezar por aclarar de qué hablamos exactamente. No es lo mismo el progreso en el sentido de logro de teorías con mayor capacidad explicativa que el progreso en el sentido de aumento del alcance y la exactitud de las predicciones. No es lo mismo el progreso hacia una mayor simplicidad y unificación que el progreso hacia una mayor efectividad y utilidad. No es lo mismo el progreso hacia unos métodos más estrictos de contrastación que el progreso hacia una mejor comprensión de la naturaleza o hacia teorías más verosímiles.
La ciencia puede estar realizando en un momento dado grandes progresos en un sentido, pero no en otros. No es fácil decidir qué sentido de progreso científico consideramos más importante, y eso puede sesgar nuestra visión del mismo. Es muy posible que en la actualidad se le conceda menos importancia al progreso conceptual y en los contenidos teóricos que al éxito práctico proporcionado, sobre todo, por la ciencia aplicada y la tecnología.
Ese éxito tecnológico, el más perceptible para todos, se ha llegado a convertir en el referente casi único del progreso científico, y llega a juzgarse a toda la ciencia en función del aporte que se realiza al mismo desde disciplinas y enfoques diversos. En todo caso, hay que tener en cuenta que los historiadores y filósofos de la ciencia hace tiempo que descartaron una imagen puramente acumulativista del progreso científico, en la que nunca se producirían pérdidas explicativas.
Sin embargo, aunque el número de científicos en activo y de publicaciones científicas sigue creciendo y los avances tecnológicos nos sorprenden cada día, hace un tiempo que Stephen Hawking y, sobre todo, el periodista y divulgador John Horgan, en su libro de 1996 The End of Science, mantuvieron que la ciencia está alcanzando sus límites de progreso. Al menos, en el sentido de que no producirán nuevas revoluciones científicas.
Horgan parece concebir el progreso científico como una carrera hacia unos límites prefijados y bien definidos, que tarde o temprano terminarán por alcanzarse. Pero es muy posible que se parezca más a la exploración cada vez más detallada de una imagen fractal, en la que un nivel de análisis revela niveles superiores de complejidad en una mayor cuantía. Niveles que, no por ser más refinados y detallados, tienen necesariamente menor importancia teórica y práctica.
No conviene olvidar que, en ocasiones, el avance en los conocimientos se produce por la mera reducción (conexión) de los niveles superiores de complejidad con los inferiores. Si tienen razón los que creen que la respuesta a una pregunta abre siempre el abanico de nuevas preguntas por contestar, el progreso podría consistir justamente, como recoge Nicholas Rescher en su libro Los límites de la ciencia, en la disminución de la proporción de preguntas contestadas. O, lo que es igual, en el aumento de la ignorancia percibida. No se puede nunca descartar que, para contestar a las nuevas preguntas, deban formularse teorías que revolucionen un campo.
¿Qué pasa en otras disciplinas?
Habría también que analizar la cuestión considerando lo que sucede en disciplinas diferentes. Puede que unas estén en una fase de ralentización, como quizás está ahora la física teórica, debido a limitaciones metodológicas, conceptuales, tecnológicas y económicas, tales como las que imposibilitan por el momento someter a contrastación empírica la teoría de cuerdas. No olvidemos que lo que la física puede estudiar hoy, la materia ordinaria, es solo el 5 % del universo –el resto es materia oscura y energía oscura–, según establece la propia física.
Otras disciplinas (como la genética, las neurociencias y la inteligencia artificial) pueden estar en una fase de expansión. E incluso surgen nuevas disciplinas o especialidades, como la biología sintética. El progreso lleva diferentes ritmos en diferentes especialidades. Por usar un ejemplo que Horgan cita, es ciertamente difícil encontrar en la biología evolutiva algo nuevo de la importancia de la selección natural, pero en la actualidad se están produciendo grandes avances teóricos y prácticos gracias al descubrimiento de mecanismos adicionales que han tenido un papel fundamental en la evolución, y especialmente en la aparición de las novedades evolutivas. Por otro lado, frecuentemente los progresos en una disciplina aceleran los progresos en otras. Así, nuevos avances en la matemática podrían reactivar los progresos en física.
¿Se nos terminará la ciencia?
Esto no significa que no quepa pensar a muy largo plazo, como posibilidad teórica, en el agotamiento de la ciencia. Algunos han sostenido que el fin de la ciencia vendrá porque llegará el momento en que ya no tengamos preguntas importantes que contestar, pero podría ser al revés.
Podría ocurrir que siguiera habiendo progreso en la formulación de preguntas cada vez mejores, pero que no fuéramos capaces de contestarlas debido a su complejidad. Al fin y al cabo, la mente humana es un producto evolutivo limitado en sus capacidades. También podría suceder que la contrastación de algunas hipótesis fuera demasiado costosa o estuviera definitivamente más allá de nuestras posibilidades tecnológicas.
Los límites de la ciencia serían en este caso límites humanos. A no ser, claro está, que en el futuro la ciencia la hicieran máquinas superinteligentes capaces de disponer de todos los recursos del universo, pero incluso esas máquinas tendrían también sus límites físicos y computacionales.
En donde empiezan, sin embargo, a percibirse ciertos límites es en la financiación pública de la ciencia. En los países más desarrollados científicamente, la financiación pública de la ciencia no crece lo suficiente como para satisfacer las necesidades de la propia investigación, lo que está haciendo que una parte cada vez mayor se haga con capital privado.
Esto tiene sus peligros y son bien conocidos, empezando por la desatención a la investigación básica. Otro factor importante que podría comprometer el progreso científico sería la pérdida de la confianza en la ciencia, como parece haber sucedido ya entre los defensores de la anticiencia (antivacunas, negacionistas de la pandemia, negacionistas climáticos, creacionistas del diseño inteligente).
Mantener el progreso científico exige un esfuerzo constante y la sociedad en su conjunto debe estar comprometida con ese esfuerzo.
Antonio Diéguez Lucena does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organization that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Antonio Diéguez Lucena, Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia, Universidad de Málaga