En diciembre de 2019, Li Wenliang (35 años), oftalmólogo de Wuhan, comunicó que había visto pacientes con síntomas semejantes al SARS (Síndrome Respiratorio Severo Agudo), causante de cantidad de muertes en China en 2002-03. Fue el primero en dar la voz de alarma. Lamentablemente, él mismo contrajo el virus en enero, tras atender a una paciente con glaucoma que padecía la COVID-19. Li ingresó en el hospital, pero no fue diagnosticado con un test de PCR hasta el 1 de febrero, cuando ya tenía síntomas severos.
La Organización Mundial de la Salud ha repetido por activa y por pasiva que la principal vía de transmisión del virus son las gotitas que se expectoran al toser y que permanecen en el aire o quedan en las superficies durante algún tiempo. Y también hemos oído decir hasta la saciedad que las principales vías de entrada son las mucosas bucales, nasales y oculares.
Por la puerta de la mucosa ocular
Los ojos, sí. Haber identificado algunos pacientes de Covid-19 con conjuntivitis ha hecho sospechar que la mucosa ocular puede ser un natural depósito del virus.
Por ese motivo se recomienda no tocarse ni boca, ni nariz, ni ojos con las manos que corren el riesgo de estar contaminadas. Igualmente se ha recomendado que los sanitarios de los hospitales utilicen gafas cerradas y pantallas protectoras para evitar la exposición de los ojos. Y las organizaciones de oftalmología han propuesto normativas de seguridad específicas.
Para comprender por qué los ojos pueden ser una zona vulnerable hay que empezar entendiendo que el coronavirus necesita otras células más complejas, concretamente células con núcleo (eucariota), para poder reproducirse y sobrevivir. La única opción que tienen para multiplicarse es apropiarse de la maquinaria de una de estas células y generar copias, unas 2 000 por cada virus entrante.
Para entrar en su “víctima celular”, este virus ha diseñado una especie “corona” que lo recubre con forma de espículas, formadas por unas proteínas denominadas S. Las utiliza como si fueran llaves, uniéndose a los receptores de la membrana externa celular denominados ACE2 (cerraduras). Esos receptores ACE2 están diseñados para cumplir otras funciones muy importantes en las células, como regular la presión sanguínea y la inflamación, y forman parte del denominado Sistema Renina-Angiotensina.
Pues bien, precisamente por tener una función tan importante, diversos tipos de células disponen de ese receptor, las del pulmón, riñón, corazón, intestino y el ojo. Es como si el virus diseñara una llave maestra (la proteína S de su corona) que le permite entrar por la cerradura de varios tipos celulares, justamente por la puerta que le ofrece esta “función tan importante”.
Uno de los puntos calientes para el diseño de un tipo de vacuna está precisamente en el conocimiento de las vías de entrada del virus. Recientemente se han hecho descubrimientos muy interesantes, publicados en Science, respecto a la llave que utiliza el virus (proteína S) y su forma precisa. Con esta información pretenden diseñar vacunas utilizando “trampas biológicas”, bien para que esa llave no llegue a funcionar o bien para bloquear las cerraduras con otras llaves que impidan su entrada en la célula.
¿Hay receptores del coronavirus en el ojo?
Puesto que, en un principio, los efectos respiratorios eran los más evidentes en pacientes con COVID-19, también han sido los síntomas más estudiados. Posteriormente se han identificado problemas cardiovasculares, inflamatorios, dérmicos y, ahora, incluso parece que pudiera haber un reservorio del virus en el intestino. Pero, ¿qué pasa con los ojos? Como se han descrito muy pocas alteraciones oculares, los ojos no han sido tema de estudio prioritario.
Es conocida desde hace tiempo la importancia del Sistema Renina-Angiotensina en el ojo, así como la presencia de receptores ACE2, no solamente en la superficie, sino también en la parte nerviosa del ojo, en la retina, donde se han encontrado las primeras alteraciones causadas por el COVID-19.
Si en el ojo existen tantas células con receptores ACE2, y además resulta que este órgano está expuesto a las gotitas con virus suspendidas en ambientes contaminados, lo raro sería que el virus no aprovechara las circunstancias. Lo lógico sería que aprovechase su “llave maestra” para entrar en las células de la conjuntiva y reproducirse, causando un aumento de carga viral en las lágrimas. De hecho, estudios preliminares indican que mediante la prueba de la PCR se ha detectado carga viral en lágrimas de pacientes afectados por coronavirus.
Esto convierte a las lágrimas en una posible fuente de contagio a tener en cuenta. Además, puesto que las células que regulan la presión intraocular (cuerpo ciliar) poseen también receptores ACE2, no sería raro que se vieran afectadas, produciendo graves alteraciones en los ojos con glaucoma, que es la primera causa de ceguera en el mundo sin cura. Precisamente, ese era el problema ocular de la paciente tratada por Li Wenliang, nuestro oftalmólogo chino, cuando se infectó. (Li murió de COVID-19 el 7 febrero de 2020).
Teniendo todo esto en cuenta, convendría seguir investigando el grado de infección del COVID-19 en los ojos, para así aportar datos que nos ayuden a comprender más a nuestro nuevo enemigo, el ser infeccioso más pequeño del planeta.
Les auteurs ne travaillent pas, ne conseillent pas, ne possèdent pas de parts, ne reçoivent pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’ont déclaré aucune autre affiliation que leur poste universitaire.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Elena Vecino, Catedrática de Biología Celular (UPV/EHU), IdEX Prof. Univ. Bordeaux (Francia), Life Member Clare Hall Cambridge (UK), Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea