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¿Se mide el tiempo en besos o en minutos? | Historias de hojaldras y otros panes


¿A dónde va el futuro? Trato de responder esa respuesta escarbando en mi mente y comienzo a tararear Natural Blues de Moby. Como si la respuesta quisiera llegar sola, pero se queda a la mitad. ¿Desde cuándo llegó a mi esa horrenda costumbre de querer controlar lo que aún no pasa?

Me levanto de la cama y busco la canción que mi mente se empeñaba en cantar. No la tengo en mis canciones guardadas, así que me doy a la tarea de rastrearla. Me encuentro con una versión maravillosa, en vivo, que me recuerda que la vida es hoy, este instante. Este minuto, este segundo.

Últimamente he escuchado en varias ocasiones que la manera en la que los individuos vemos y medimos el tiempo es de acuerdo a nuestra madurez. Al cuestionar eso a mis diferentes interlocutores, encontré que existe la creencia popular que para los niños el tiempo es eterno y está en función de sus intereses. Así, un minuto puede parecer un año, sobre todo cuando se está a la espera de algo. No saben medir los espacios en horas reglamentarias, sino en diversión o aburrición.

Los adolescentes miden el tiempo con demasiada intensidad. Para ellos el mañana no existe y si hoy no pueden hacer todo lo que quieren, quizás ya no lo hagan nunca. Y justo empiezo a escuchar The Funeral de Band of Horses. Todo es visto con una temporalidad muy corta y muy intensa. Saben que quizás no despierten mañana, saben que todo puede acabar en un segundo. Todo lo viven tan intenso como su psique se los permite y son muy pocos los que comienzan a pensar en el futuro. Si acaso se preocupan por el futuro inmediato, aquello que pueden resolver en términos prácticos.

Dicen que es en la edad adulta cuando uno tiene que hacer planes a 3, 5 y 10 años. Todo se mide en horas: la productividad, las relaciones humanas, los triunfos, el dinero y, muchas veces, la felicidad. Para los 25 uno ya debería tener su estrategia de vida a corto, mediano y largo plazo. Saber a los cuántos años se va a casar, tener su primer hijo, comprar su primera casa y comenzar a ser felices. La sociedad marca cómo se va moviendo el tiempo y hacia dónde tiene que ir caminando uno para empatar tiempos con felicidades.

A los 30 comienzan las carreras de velocidad para no ser el último en casarse, para ya haber viajado a varios países o tener una maestría. Vaya, suena abrumador todo esto. La sociedad no deja de presionar y yo he visto cómo mis personas más cercanas caen poco a poco en lo marcado por la sociedad. Hace poco tuve entre mis manos la película “Into the wild” (que ahora está entre mis favoritas). Alexander Supertramp deja todo y se va en busca de su Alaska. En el camino encuentra un camión mágico y decide vivir ahí. Solo, a la mitad del bosque, con sus libros, sus pensamientos y sus sueños. No necesitaba nada más. Medía el tiempo con base en necesidades básicas, en estaciones y sabía que podía morir en cualquier momento.

Muchas veces el tiempo se mide en función de un beso. Cuando te besan como si el mañana no existiera, súbitamente desaparece la ansiedad por el futuro. Dejas de medir el tiempo y existen blackouts entre besos y canciones. Nada importa más en ese momento, sólo sentir los brazos, las respiraciones, los dulces labios que se acercan una y otra vez, quedando unos entre otros. Los sentidos que recorren el cuerpo de la otra persona y las mariposas que comienzan a revolotear dentro y fuera. No existe el tiempo, no existe el espacio. Sólo existen los amantes. El ambiente que los rodea se vuelve atemporal y pierde importancia, desvaneciéndose.

Afortunados aquellos que han podido medir el tiempo en besos, en caricias, en orgasmos. Pienso en los momentos que he podido medir así y comienzo a cantar Show me the Light, de los Mistery Jets. Creo que durante años me he negado a madurar en cuestiones de tiempo y sigo viviéndolo a la usanza existencialista (y quizás adolescente). Uno de los habitantes de mi corazón tiene la siguiente teoría: “Los neuróticos somos aquellos que queremos controlar el tiempo, aún sabiendo que es algo que no tenemos en nuestro poder. Nos hace sentir poderosos, pero también infelices. El tiempo se evapora entre nuestros dedos y es tan poco lo que podemos realmente medirlo”. Al pensar en eso sólo pienso en huir, escapar de una sociedad que no me interesa entender y mucho menos participar en ella. Pienso en dejar de medir el tiempo en términos productivos y comenzar mi camino hacia el Alaska de Alex Supertramp. Runaway de los Yeah Yeah Yeahs bien podría acompañarme en esta travesía.

La medición del tiempo evoluciona de acuerdo a la persona, eso queda clarísimo. ¿En qué momento se deja de medir el tiempo en función de sí mismo para hacerlo con las necesidades de los demás? ¿Cuándo te enamoras y lo mides de acuerdo a lo que quiere tu pareja? ¿Cuándo tienes hijos y todo tu mundo gira alrededor de ellos?
No lo sé. A veces me da miedo dejar de hacer las cosas, o pensármelas mucho. Otras más paso de largo e ignoro situaciones “importantes” para los convencionalismos sociales. Hoy mismo yo mido el tiempo en función de experiencias, paisajes, vivencias, amores, retos, colores, estrellas, canciones y besos. Me gusta vivir al límite, sabiendo que quizás no despierte mañana.

Como dicen los Pascuales: “Voy tirando trocitos del corazón envenenado para el gran animal del pasado. Voy por el caminito, liberando gritos, haciéndolo mío”. (Caminito, San Pascualito Rey).

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