Después de un fin de semana largo, en el que decidiste avisarme que estabas listo para casarte, te pienso desde un taxi cualquiera que me lleva al aeropuerto internacional. Regreso a la realidad cuando escucho en la radio una canción de Juanes que no alcanzo a identificar bien, sólo con “tu amor y compañía en mi corazón (…) Quiero pasar más tiempo junto a ti, recuperar las noches que perdí” y comienzan a lloverme los ojos.
Intento disimular, saco algo de mi bolsa, me pongo los audífonos y el Dios del Shuffle me regala “1000 Oceans” de Tori Amos. Ya no puedo aguantar y comienza ese llanto tan odioso en público, sí, ese que tiene sollozos y suspiros incluídos.
Afortunadamente antes de que el chofer intente hacerme la plática y se convierta en un Arjona cualquiera, llegamos a la Terminal 2, pago y me bajo rápidamente. Los lentes negros son buenos aliados, así que cuando llego al mostrador de LAN, ya no tengo ni la minima intención de volverme.
“Some kind of nature” de Gorillaz me hace más amena la fila para documentar. Recuerdo tus palabras precisas: “Querida, después de todo este tiempo juntos, aún no entiendo tus razones por las cuales no quieres comprometerte en una relación seria y formal. ¿Sabes? Si tú hubieses querido, habrías sido el amor de mi vida. Ahora estoy listo para casarme y sí, lamento un poco que no sea contigo”.
Me limpio las últimas lágrimas, enseño pasaporte, boleto de avión y dejo las maletas con mis recuerdos en una banda que los llevará a nuestro siguiente destino. Es increíble cómo todo siempre termina acomodándose y coincidiendo. ¿Lo mejor? Que sea en un aeropuerto, donde comienzan y terminan las historias.
Irónico. Salgo a fumar un cigarro y mi ipod me regala “Aviones” de Calamaro. “Me olvidé de avisar, no te voy a llamar. Ni una vez en cuatro días”. Creo que “mi olvido” será un poco más largo. ¿Qué es tan difícil de entender? Sí, estoy en mis treinta, no quiero una relación formal, no me interesa tener la gran boda (ni siquiera una pequeña), definitivamente tener hijos no es una de mis prioridades y no tengo ganas de casarme con un prominente abogado que viva sólo para trabajar.
Hemos estado juntos desde la escuela y aún así nunca “lograste atraparme”. Odiaba que usaras ese término. Para mi, si estábamos juntos, no era necesaria etiqueta alguna. Pero, de verdad creo que eres un grandísimo cabrón al haberme dicho, hoy por la mañana, que estabas listo para casarte…a cinco días de tu boda.
En fin, tengo un poco de hambre. Decido entrar a los baños, enjuagarme esas lágrimas, peinarme un poco y sonreír. En tres horas estaré sentada en el avión que me llevará a conocer tierras nuevas.
Quisiera no caer en la tentación, pero elijo “Someone like you” de Adele para comerme el carísimo emparedado de atún con un café ridículamente pequeño. La repito una y otra vez. Sí, me gusta torturarme pensando en lo que ya no fue. En las decisiones de los dos y en los caminos elegidos. Suspiro inevitable. Y entonces me pregunta una voz conocida “¿Te molesta si me siento?” Estoy a punto de responder, volteo hacia mi interlocutor con una gran mueca…y tiro el café.
“Julia, ¿Te molesta si me siento contigo? Necesito despedirme.” No lo puedo creer. Ya no puedo responder nada. Me quito los audífonos y te abrazo como si no existiera un mañana. Mi ipod suena solo, a lo lejos. “I wish nothing for the best for you too”. Lo guardas, me tomas de la mano y me pides (sin palabras) que te acompañe. Tengo justo dos horas cuarenta y cinco minutos antes de abordar el avión.
Ni lo pensé.
Me llevaste a la habitación del Camino Real, el más cercano al aeropuerto y ya desde los pasillos íbamos quitándonos la ropa. Nunca había sentido esa adrenalina de saber que es la última vez que estarás dentro de mi, así que cuando estuvimos bajo esa regadera, besándonos de pies a cabeza, sólo me enfoqué en sentirte, besarte, abrazarte. En dejarte entrar hasta mi alma triste y confundida, sabiendo que ya no habría un “después” entre nosotros.
Los minutos eran cortos y los orgasmos eran largos. Durante todos estos años nos habíamos vuelto expertos en el cuerpo del otro, así que sacamos los mejores besos, las mejores caricias, lo intrépido, los amarres, la cacería, la reserva de perversidad guardada para un aniversario cualquiera. Sí, esos que una reserva “para después”. Ya no existía el después. Los dos lo sabíamos. Tú, tremendamente tradicional con la boda en puerta, en la que prometes amor eterno y todas esas cosas. Yo a punto de abordar un avión, con un destino nuevo y sin fecha de regreso.
No hubo pausas, no hubo esperas. Fue un largo, profundo y apasionado beso que duró hasta que debía ser. Llegué corriendo a la sala de espera, siendo la pasajera que estaban voceando por todas partes. “Julia Martínez, pasajera Julia Martínez, favor de abordar lo antes posible”. Corrí sin mirar para atrás, tal y como me bajé del taxi esta mañana. Ya no había regreso. Esta era la última vez. Se sentía como el fin del mundo, sabiendo que ahora había algo más. No es que antes no lo supiera, es que estaba muerta de amor, tan enferma. Necesitaba dejarte. Ya no eras mío. Nunca lo fuiste. Al pasar la última puerta antes de la sala de abordar quise mirarte por última vez. Ya no estabas.
Me quedó el saber que te dejé tantos besos en la piel como pude. Siempre, después de amarnos tanto, me recorrías con dos dedos, sonreías y decías: “Por eso te beso tanto, para que mis besos se queden en toda tu piel y nunca me olvides. Para que yo me quede en ti, aún después de que llegue el tiempo en que ya no estemos juntos”.
Ahora, sentada en el avión y sintiendo esas cosquillas en la panza, cuando sabes que estás a punto de despegar, el aguacero de mi alma termina siendo lluvia tropical. “Holiday song” de Pixies es la última canción que escucho. Comienza a elevarse el armatoste metálico y yo cierro los ojos, pensando que en cuanto despeguemos me llegará ese sentimiento de alivio milagroso.
12 horas después y 4 países en escalas canto entre salas y retrasos “Quiéreme mucho” de Ely Guerra. No dejo de tener esa estúpida sonrisa que me sale después de tener sexo contigo.
Sacudo la cabeza tratando de que salgas de ella. Esperando mi último vuelo, me dejo caer en uno de los mullidos sillones que encontré por casualidad. Aún huelo a ti.
“Hola, ¿Está ocupado?”. Un apuesto cincuentón, con el cabello canoso y una gran sonrisa me mira fijamente. “No que yo sepa”, respondo sin dejar de sonreír. Lleva en la mano un ejemplar de Kafka en la orilla de Murakami y reconozco el un boleto de avión similar al mío. Escucho “Porque las cosas cambian” de Bunbury y pienso que para no gustarme, tengo demasiadas canciones que me sé de él, tarareo y el señor me cierra el ojo.
Sí, aún huelo a ti.
Suspiro, levanto mi mochilita de viaje y descubro que voy sonriendo hacia el último vuelo. Ya no dejo nada. Todo es nuevo. Me fui desprendiendo de la piel vieja en cada aeropuerto. Sólo conservaba tus besos. La atenta sobrecargo me regala una toallita húmeda y sin pensarlo la paso por mi cara y cuello.
Saco mis audífonos y decido que me sorprenda el canal de canciones local. Nunca la canción de “Yesterday” de The Beatles tuvo tanto sentido. Ahora huelo a una mezcla de toallita húmeda de avión, esperanza y cansancio. Por fin duermo.
Huelo a libertad.
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Foto hexenesi (CC) Flickr!