Hay muchas decisiones sociales y cuestiones políticas que tienen una fuerte base científica. Podemos caer en la tentación de creer que, si el conocimiento científico de base es sólido e incuestionable, la decisión se resolverá de forma obvia. Sin embargo, esto no es así casi nunca.
“Del dicho al hecho hay mucho trecho”, dice el refrán clásico. Lo mismo pasa, en general, entre el conocimiento científico y las decisiones sociopolíticas que han de basarse en él. Comencemos con un ejemplo:
¿Debería construirse una central nuclear en Lemóniz (Vizcaya)?
Esta pregunta es de carácter político. Se trata de una cuestión social a la que cada persona respondería de diferente forma y cuya responsabilidad última recae en quienes tienen delegada la gestión de lo público: los políticos.
¿Puede funcionar una central nuclear en Lemóniz?
Esta segunda pregunta es de carácter técnico y la respuesta es afirmativa, siempre que se den una serie de condiciones como que se construya adecuadamente y en un emplazamiento bien escogido.
Por último, hay preguntas como ¿en qué consiste la fisión del uranio? Su respuesta incorpora el conocimiento científico, que está establecido más allá de toda duda, y que está en la base última del problema.
Si no supiéramos muy bien cómo funciona la fisión nuclear no se podría plantear la construcción de una central. Si no supiéramos construirla no podríamos plantear su instalación en Lemóniz. La decisión última tiene una base científico-técnica importante, pero no solamente hay ciencia en ella.
Podemos imaginar el camino que va desde el conocimiento científico hasta la decisión política como una pirámide. En la base tenemos conocimiento científico “del bueno”, del que genera un consenso prácticamente total: la fisión, las reacciones en cadena, la sección eficaz de captura neutrónica del boro, la corrosión del acero, el fraguado del hormigón. En esa base hay cientos de enunciados de muy diversas disciplinas: física nuclear, termodinámica y transmisión del calor, ingeniería eléctrica, hidráulica, geología y un largo etcétera.
En el siguiente escalón de la pirámide tenemos elementos tecnológicos que van sumando conocimientos científicos: bombas que funcionan gracias a la ingeniería eléctrica, a la mecanización de bobinados de cobre y a la química de los lubricantes. Intercambiadores de calor, automatismos, y otros tantos.
A medida que subimos en la pirámide tenemos elementos cada vez más complejos que incorporan más cantidad de conocimientos y de disciplinas más variadas. El conocimiento se agrega de manera que comenzamos con leyes fundamentales y, poco a poco, construimos un producto tecnológico como una central nuclear.
Pero no nos podemos quedar en una idea tan simplista: no solo hay que incorporar conocimiento científico en el proceso, sino muchas más cosas. Criterios económicos, preferencias de diseño y elementos culturales. Hay fluidos que se pueden mover con una bomba grande o con dos pequeñas, más sencillas o más complejas, más caras o más baratas, con las instrucciones en un idioma o en otro.
En este modelo de pirámide de agregación del conocimiento, cuanto más abajo estamos más ciertas son las afirmaciones. Todo es más indudable, pero a la vez más irrelevante. Al habitante del entorno de Lemóniz no le interesa la sección eficaz de captura neutrónica del boro.
A medida que subimos, lo que ganamos en relevancia, lo perdemos en certeza científica. ¿Esa bomba funcionará 30 años sin averías? Pues no lo sabemos, al menos con la misma certeza que la ley de la gravedad. El emplazamiento tiene una sismicidad histórica baja: ¿podemos asegurar que no sufrirá un terremoto magnitud 5 en los próximos 40 años? Tampoco podemos asegurarlo de mismo modo que la distancia al borde de la placa tectónica sobre la que está. Como mucho podemos dar probabilidades de avería y de terremoto (en ambos casos bajísimas, por cierto). Lo que en la base de la pirámide eran certezas, a medida que ascendemos son probabilidades, menos ciertas cuanto más arriba estemos.
El de la central nuclear no deja de ser un ejemplo. El mismo modelo de la pirámide lo podemos aplicar a otras muchas preguntas de relevancia social y política: ¿hay que construir una presa? ¿Hay que permitir el fracking en un lugar concreto? ¿Hay que prohibirlo en todas partes? ¿Hay que permitir el cultivo de transgénicos? ¿Hay que prohibir el wifi en los colegios?
Sobre todas estas cuestiones tenemos una base de la pirámide llena de conocimiento científico: estudios de contaminaciones cruzadas en campos de cultivo, estudios de sismicidad inducida, estudios epidemiológicos de exposición a radiaciones no ionizantes. Cientos de estudios. Pero en todos los casos hay que recorrer la pirámide hacia arriba y agregar conocimiento de alta certeza, así como decisiones, valores y consideraciones culturales, hasta llegar a una decisión final.
No en todas las cuestiones el camino entre la evidencia científica y la decisión es igual de largo. El caso de la central nuclear es largo, con multitud de saberes científicos, de ingeniería y de decisiones económicas y valores en juego. Demasiados como para que la respuesta sea mínimamente clara.
En el otro extremo tenemos cuestiones como la inutilidad de la homeopatía. En este caso el conocimiento de la estructura atómica de la materia, el número de Avogadro y el funcionamiento de las diluciones lleva directamente a la respuesta. El conocimiento histórico de su nacimiento, y el efecto placebo como causa más probable de la sensación de funcionamiento completan un cuadro de evidencia que deja muy poco margen para la duda en la respuesta final.
Un ejemplo intermedio podría ser el de la peligrosidad del wifi. Aunque la evidencia científica es muy sólida en la ausencia de riesgos significativos. Hay que manejar diversos conceptos de electromagnetismo y de epidemiología para elaborar la respuesta final. En mi opinión, el tema es suficientemente claro como para que no haya duda científica, pero suficientemente complejo como para que esa certeza no sea fácil de asimilar por bastantes personas.
Decisiones en medio de una pandemia
En estos días de pandemia, las autoridades han de tomar multitud de decisiones sobre su gestión, de enormes repercusiones. Todas ellas son decisiones políticas de base científica como las que estamos analizando. En este caso la base de conocimientos es incompleta y está en permanente evolución, pero al mismo tiempo las decisiones no pueden esperar. Además de agregar conocimiento y valores, hay que añadir un cierto nivel de desconocimiento, lo que hace todavía más arriesgada la decisión.
Algunas decisiones son sencillas, de camino corto. La recomendación de lavarse mucho las manos se deriva casi inmediatamente del conocimiento sobre el mecanismo de transmisión y de desnaturalización del virus. Otras, como la recomendación de una cuarentena a toda la población o el cierre de fronteras, son de camino muy largo: incorporan multitud de piezas de conocimiento cierto, algunas de dudas, suposiciones, y valores.
Comprender un poco mejor el proceso que va desde la evidencia científica a la decisión política quizá nos ayude a ponderar mejor la necesidad de disponer de muchas y buenas personas dedicadas a la ciencia, por un lado, y la dificultad de tomar decisiones políticas por otro.
Joaquín Sevilla no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Joaquín Sevilla, Responsable de divulgación del conocimiento y profesor de Tec. Electrónica, Universidad Pública de Navarra