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Una pregunta que nos interesa a todos; una respuesta que pocos sabían. ¿Qué significaba la muerte para los mayas?

¿A dónde nos vamos cuando morimos? La cultura maya no es ajena sobre el tema de la muerte, los mayas creían que al morir se presentaba la oportunidad de un “renacimiento”.

Los indígenas tenían la creencia que el cielo estaba conformado por 13 cielos, uno encimado del otro, la tierra era el nivel más bajo. Había un dios por cada cielo y eran conocidos como los “Oxlahuntikú”. Además, debajo de la tierra existían otros 9 cielos distribuidos de igual manera en capas, en ellos presidia los “Bolontikú”. Mitnal era el último cielo, aunque en realidad era el infierno maya donde reinaba y causaba enfermedades la deidad Ah Puch (Yum Kimil).

Al fallecer, el alma realizaba un viaje hacia Xibalbá, pero antes tenían que pasar por un río bajo la guía de un perro, el xoloitzcuintle. En caso de que el fallecido portara un objeto de jade, las cosas en el otro mundo no le serían tan complicados.

Los que morían en un combate eran considerados muertes sagradas por la forma en que perdieron la vida. En el caso de las mujeres embarazadas primerizas y que lamentablemente no sobrevivían a las labores de parto, a los ahogados, suicidas o muertos a causa de lepra o siendo objeto de sacrificio, también consideraban sus decesos como sagrados y dignos de descender el inframundo maya.

Los mayas preservaban los cráneos de sus antepasados, les realizaban ofrendas con alimentos y bebidas porque contaban con el pensamiento de que iban a necesitar de éstos en el otro mundo. La muerte estaba hasta en la mitología maya con la criatura nombrada “Camazotz”, un dios murciélago referenciado en el Popol Vuh.

Por su parte, en el libro de “Relación de las Cosas de Yucatán” escrito por Fray Diego de Landa menciona sobre la inmortalidad del alma:

“estas gentes siempre han creído en la inmortalidad del alma… si eran buenos iban a un lugar muy deleitable, donde ninguna cosa les diese pena y donde hubiese abundancia de comida y de bebida de mucha dulzura, y en un árbol que llaman “yaxché”, muy fresco y de gran sombra que es Ceiba, debajo de cuyas ramas y sombras descansen y holgasen todos siempre…”.

Vía Explore

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