Por Mariana Gurrola
Hace unos meses en el Museo Memoria y Tolerancia escuché de Rafael Barajas, ‘El Fisgón’, que existen dos vías para generar un cambio: la vía violenta y la vía no violenta. “La vía violenta, es la vía del gobierno, es la vía favorita del Estado”.
#VotoNulo no es protesta: es desmovilizarnos
Ese día, ante cientos de espectadores y con un nudo en la garganta pensando en nuestros más de 22 mil desaparecidos, más de 280 mil desplazados internos, cientos de miles de ejecutados y la ausencia aún palpable de justicia por los 43, resonaba la rabia que todos tenemos dentro, y el hastío de la corrupta clase política que gobierna a nuestro país.
Sin embargo, su mensaje me llegó. El Estado ha optado por desarticularnos, por reprimir marchas para incentivar el miedo a volver a salir y gritar, ha esperado a que nos agotemos de exigir justicia y se diluyan las ideas de cambio y por qué no decirlo, de revolución.
Es verdad que estamos cansados, es verdad que estamos hasta la madre de ver cómo al gobierno mexicano se le hace fácil voltear la mirada, inventar ‘verdades históricas’, torturar en lugar de investigar, fabricar culpables, criminalizar a quien alza la voz. Pero por muy podrida que sea nuestra clase política, por muy desgastados que estemos y por muy poca credibilidad que tengan nuestras instituciones y sistema, no podemos dejar que nos quiten la voz.
Hoy, anular el voto no me parece que sea la solución, o la mejor manera de protestar o incluso castigar a los partidos políticos o al mal gobierno. Las autoridades han demostrado que no les importan nuestras protestas, cientos de miles hemos salido a la calle y el gobierno no se ha inmutado. Los mecanismos internacionales han cuestionado las políticas y el gobierno se ha defendido, en ocasiones, hasta justificando sus prácticas violatorias de derechos humanos en nombre de la ‘seguridad nacional’.
“Lo que nos tiene sumidos en la más absoluta ignominia no son las elecciones o los partidos en sí mismos, sino el fraude y la corrupción política. No fue el voto lo que llevó Enrique Peña Nieto, Ángel Aguirre y José Luis Abarca a sus puestos, sino la dictadura mediática, la compra de voluntades y la parcialidad de las instituciones electorales. Y hoy no somos gobernados por partidos políticos, sino por una clase política absolutamente podrida que ha logrado corroer y destruir por dentro a cada uno de los institutos políticos que hoy malgobiernan el país”, escribe Johhn M. Ackerman.
No votar o anular el voto es quedarnos callados y sumarnos a la táctica del gobierno para desmovilizarnos.
Si lográramos que nuestra protesta, a nivel nacional, incluyera a todos y cada uno de nosotros, anular podría ser un tremendo llamado de atención, pero la experiencia nos dice que eso no va suceder. En 2009 el voto nulo a nivel nacional alcanzó 5.4 % del total de votos emitidos y en 2012, el voto nulo en la elección de senadores fue de 5.5 % y 4.9% en la de diputados, pero según los datos del IFE la mayoría de los anulistas de 2009 fueron intencionales, a diferencia de los de 2012, que se equivocaron.
El voto duro del PRI, es decir aquellos votos seguros y leales, la parte fuerte que mantiene al partido en el poder, llámese curul o silla presidencial, es inamovible. En el video de la campaña #NoTeAnules, Roberto Duque Roquero explica de la manera más práctica que “al eliminar los votos que se anulen, cada partido duplicará su fuerza electoral”, permitiendo que los partidos más grandes y con mayor cantidad de votos duros no se tambaleen para nada por muy alto que pudiera ser el porcentaje de votos nulos.
Una parte de mí se rehúsa a votar porque no creo, ni confío en ninguno, porque no he visto los cambios, porque también soy de las que personas que grita ‘que se vayan todos’, y sinceramente me tienen harta con sus spots publicitarios. Pero no pienso darle el gusto a ningún partido de que mi boleta no sea contabilizada.
Ante la evidente crisis que vivimos en México, el cambio no es sólo necesario, sino urgente y únicamente puede generarse mediante las acciones, con un voto pensado que pueda modificar los resultados. Dice Javier Aparicio “¿Qué le dolerá más a los líderes partidistas? ¿Un voto nulo indignado, o un voto de castigo igualmente indignado que le cueste una curul, gubernatura o alcaldía?”
Anular el voto sería apostar por anular nuestra voz, apostar por la vía violenta del Estado, por seguir acallando nuestras protestas y desmovilizarnos.