Llegué al pueblo cuyo nombre no quiero recordar. Bajé del camión y busqué un hostalito modesto en el centro. Sólo entrar a la habitación me llenó el olor a granos de café y aire limpio.
Todo brillaba, las sábanas blancas, el espejo en la pared. La ventana que daba hacia la tierra fértil ya sembrada con plantas de café, un maravilloso cielo azul y un vientecillo frío que me recordaba lo viva que estaba.
Salí a caminar y lo vi. El hombre más guapo y maravilloso, de esos que sólo salen en las películas de los años cuarenta. Alto, con manos de un hombre que ha trabajado la tierra, moreno con ojos color aceituna, fuerte, cabello con chinos, un poco despeinado por el viento y con olor a madera seca.
Busqué en mi ipod una canción de Stephane Pompougnac y me sentí en película porno (de esas con trama). Era el escenario perfecto: la musiquita lounge rica, todo pasaba lentamente, él mirándome a lo lejos y yo con ganas de no preocuparme por un después.
Lo vi pasar, él me miró solo de reojo y siguió su camino. Animal Instinct de los Cranberries me dio valor. Después de todo, ¿quién no ha soñado con una aventura en un lugar desconocido, donde nadie te conoce y si te vas nadie te recordará?
Me senté a tomar un café “lechero”, saqué mi Tokyo Blues para seguir con mi lectura pero sólo podía pensar en él. Muchas preguntas revoloteaban mi mente y yo como adolescente: sin poderme concentrar, las manos sudorosas, cosquillas en la panza, sonrisas de nervios.
Ya me había imaginado toda una historia y no sabía ni su nombre. No quería saberlo pero entonces tenía que pensar en cómo llamarle. Al final era lo de menos. En mi mente él tenía la voz grave, los dientes impecables, la barba cuidada y tenía tiempo para pasearme por los sembradíos. “Estos cafetales eran de mi abuelo, pero perdimos todo por deudas. Yo estudié agronomía en la capital del Estado y regresé hace poco para impulsar la economía del país”. ¡Uy! La fantasía perfecta. Guapo, estudiado y con ganas de trabajar en pro del mundo. Hasta excitada estaba ya esperando que me besara el perfecto desconocido.
Horny as a dandy de Loo & Placido sonaba mientras pagaba la cuenta, guardaba todo rápidamente y corrí para encontrarlo. Necesitaba verlo. Quería saber más, aunque fuera observarlo a la distancia. Y entonces, nos encontramos.
Me tomó de la mano y yo no dejaba de sonreír. Había un granero, abrió la puerta y me tomó de la cintura: “Pasa, no eres de aquí verdad?”.
Nunca se me ocurrió pensar en nada más que en besarlo, poseerlo y arrancarle la ropa. Me sentía en una película erótica de bajo presupuesto y lo estaba disfrutando como nunca.
Él estaba sonriente y me preguntaba cada vez más cosas, como para romper el hielo. A la cuarta pregunta le tapé la boca con mi mano, para después meter la suya en mi pantalón.
Ni me molesté en ver si la puerta estaba cerrada. Yo ya estaba sentada encima de él, besándolo apasionadamente y dejando que sus sentidos se encontraran con los míos. Las respiraciones se volvieron una. Se sincronizaron los movimientos y los cuerpos se encontraron.
Sólo un par de besos se necesitaron para que mi instinto hedonista decidiera aparecer. Me encantó verlo desnudo y quería tenerlo dentro en ese instante. Jamás había estado con alguien como él. “No, espera. Quiero verte un poco más. Así”. Se reflejaba la luz del sol sobre su cuerpo moreno y él comenzaba a desesperarse. Yo respiraba con dificultad y casi no podía controlarme. Estaba húmeda hasta el hipotálamo derecho. Las ganas de arrancarme todo y quedarme ahí con él me estaban ganando. Sentía ese hormigueo que comienza en los pies y va subiendo poco a poco hasta que me posee por completo. Justo antes de que llegara a mi mente escuché: “¿No te vas a quitar nada de ropa, pues?”. Yo seguía vestida de los pies a la cabeza.
“No, hoy no, gracias”. Me sacudí el polvo y salí entera de ese lugar, lenta y pausadamente. Sé que es mentira que moriría de dolor en ese instante como también supe que no era el hombre para mi, pero los dos provocamos que la sangre del otro hirviera. No era suficiente. Necesitaba más. La piel ya no me hacía perder la cabeza.
Llegué al hotel y empaqué. Fui a la central y compré boletos para el primer destino que se me ocurrió. Dakota de Stereophonics sonaba una y otra vez en mi ipod. Se había quedado trabado en esa canción. Made me feel like the one, made me feel like the one. Wake up cold coffee and juice. Remembering you. Seguía húmeda cuando me subí al camión pero decidí no mirar atrás. Sólo pude cantar con todas mis fuerzas y en silencio:
“I don’t know where we are going now
I don’t know where we are going now
So take a look at me now”.
Cómo me gusta esa canción…
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Imagen: Cheval Brasil