En Mexicali exigen escuelas, trabajo y hospitales y que salgan los militares
Por Armando Segovia
Mexicali, B.C.N., 8 de mayo__ José Luis Jaral llegó desde el Valle Imperial al otro lado de la frontera, José Sánchez Sánchez desde el estado de Jalisco, ambos convinieron en la vicerrectoría de Universidad de Baja California en Mexicali para unirse a otros 150 manifestantes que acudieron al llamado de la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia y la Dignidad.
La marcha, que arrancó poco después de las seis de la tarde rumbo al monumento a Benito Juárez, reunió en su mayoría a varios militantes de organizaciones no gubernamentales, estudiantes, profesionistas y religiosos que reclamaban “más escuelas, trabajo y hospitales” en lugar de “cuarteles militares”.
Entre las O.N.G., un contingente de 30 vecinos del fraccionamiento Progreso recolectó dinero para rentar una rutera e ir a reclamar durante la marcha más vigilancia y acción en los tribunales para reducir la violencia contra la mujer. Exigen seguridad.
Otros manifestantes llegaron para reclamar de las autoridades qué fue lo que pasó con sus muertos, secuestrados, torturados o desaparecidos. Quieren conocer la verdad y no lo que hasta hoy, dicen ellos, han sido sólo mentiras y distorsiones diseminadas por las autoridades y sentenciadas en tribunales.
Lo malo, explica Jaral, “hay que recordar que los funcionarios públicos no participan en estos eventos”, sin embargo, para él la motivación de manifestarse el día de hoy es “con tal de abrir conciencia”.
“Este es un momento para que el pueblo retome el poder” sentenció Jaral, quien es director del Comité Binacional de Derechos Humanos de los Migrantes en el Valle Imperial, en California.
Pero crear conciencia para algunos puede que lleve un poco de tiempo. Y es que aunque haya habido una reacción favorable de la mayoría de los guiadores que maniobraban y sonaban sus claxon a un lado de los manifestantes, no faltaron otros que mostraban su enfado por el embotellamiento en diferentes intervalos de la marcha.
Durante la procesión, encargados de puestos, meseros, empleados de hoteles, de bares, de restaurantes y de otros oficios quedaban atónitos por la procesión.
Álvaro Villaseñor, empleado del hotel Regio, salió a la banqueta junto a otros trabajadores de esa empresa para presenciar la marcha.
“Pues parece que es para que no se vayan a poner las cosas como en Nuevo León”, dijo Villaseñor luego de evaluar la propuesta que escuchaba salir de la bocina y de lo que él leía en lonas de tres o cuatro metros de largo con fotografías y leyendas de victimas que ha provocado la lucha contra el narcotráfico en México.
Villaseñor, aludiendo a recientes episodios entre patrulleros del ejercito y regiomontanos titubeó: Pues sí… se les va la mano; pero con esto [las marchas en general] por lo menos el ejercito puede empezar a tener cuidado.
Más adelante en la marcha, una señora y su hija descansaban en su puesto de vendimias luego de cerrar el local. Ella, quizás coincidiendo con una dama que se mostraba con enfado desde el interior de su automóvil, no cree en las marchas.
“De nada sirven. Los gobiernos no cambian. Así es, eso no cambia”, sentenció la mujer que prefirió no dar su nombre.
Cuando la marcha llega al pie del Monumento a Benito Juárez, su punto final, y luego de una serie de discursos donde se denunció desde el maltrato que reciben los migrantes, la impunidad, tarifas justas de electricidad, y el rechazo de la llamada iniciativa Mérida, le siguieron unos minutos de música amenizada por un D-Jay.
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