Existe una clara indecisión por votar o no este 7 de junio; las consecuencias matemáticas de no votar, sin tapujos ideológicos, favorece a los partidos.
Por Ana Paula de la Torre
Seguro has notado que en las últimas semanas resuena en las conversaciones habituales y en internet la polémica sobre ejercer, o no, el voto nulo para las elecciones del próximo julio. Existe una indecisión generalizada. Mientras estamos cansados de la clase política que no ha detonado cambios profundos desde hace treinta años en el país (de hecho las cifras de pobreza permanecen), y el no participar en su juego resulta altamente tentador, en la realidad analistas importantes nos advierten de los efectos nocivos de no votar o anular, que en resumen, favorece a los partidos en general. Una buena muestra de ello es la opinión del académico de la UNAM Roberto Duque Roquero.
Otras voces líderes como la del poeta Javier Sicilia, el Padre Solalinde, o los padres de los jóvenes de Ayotzinapa, no ven sentido en votar, pues “todos son lo mismo”. A esta camada se suman personas como el académico José Merino.
¿Qué hacer? Activistas como Oscar Mondragón nos explican contundentemente cómo si no votamos, o anulamos el voto, la maquinaria del voto duro del PRI arrasaría con la elección; lo que implica que este partido consiga, una vez más, mayoría en el congreso (y así que el presidente continúe su plan de reformas que tanto descontento han causado).
Por qué no votar favorece a los partidos
Duque Roquero explica claramente. En México un voto nulo no tiene un efecto de castigo para los partidos. Al contrario, ellos se benefician de esta acción por la siguiente fórmula: si existe un alto porcentaje de votos nulos, automáticamente los votos para los partidos (aunque sean pocos) suman el doble de influencia al final del pastel. Lo anterior pasa porque en las reglas electorales el voto nulo no representan ningún efecto punitivo. Un tema para meditarse…