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Salud urbana y coronavirus: la desigualdad se magnifica en confinamiento

Casas y tiendas cerradas en Villaverde. La imagen forma parte del proyecto Photovoice Villaverde, cuyo investigador principal es el autor de este artículo. Víctor Carreño / Photovoice Villaverde, Author provided

La crisis del coronavirus en España continúa teniendo su foco en la ciudad de Madrid, donde la transmisión comunitaria continúa aumentando. Hemos llegado a la fase del confinamiento con restricciones de movimiento. No sabemos cuánto tiempo durarán.

Necesitamos que las medidas de distanciamiento físico entre personas sean efectivas. También necesitamos saber ahora y en el futuro cercano cómo las medidas de control para superar la pandemia de COVID-19 afectan a unos y a otros sectores de población de manera radicalmente distinta.

Tenemos muchos ejemplos previos de cómo las crisis exacerban las desigualdades. En la actual situación, casi distópica, se muestran con más claridad algunos determinantes sociales de la salud.

La capacidad de asumir el distanciamiento físico será mayor para las personas confinadas que dispongamos de ciertos recursos en nuestras casas, barrios y ciudades.

Así, en esas condiciones, el confinamiento sería llevadero durante largo tiempo. Las preguntas obligadas son entonces:

¿Pueden todos los sectores de nuestra población enfrentar esta crisis de salud con las mismas garantías?

¿Nos afecta a todos por igual ahora mismo y en el futuro cercano?

Las desigualdades sociales perjudican la salud

Las desigualdades sociales crean y perpetúan las desigualdades en salud. Esas inequidades sociales no son otra cosa que los procesos y fenómenos que ocurren en nuestras sociedades, países, ciudades, distritos, barrios y edificios, y que se relacionan directamente con la salud y las enfermedades que tenemos. Los determinantes sociales están íntimamente relacionados con los trabajos y el nivel educativo, con nuestro género, edad y con el lugar donde vivimos.

El tipo de trabajo y situación de empleo que tengamos nos va a permitir afrontar el confinamiento de maneras muy diferentes. Por ejemplo, si no puedo teletrabajar es probable que tenga que desplazarme en transporte público, y ya hemos visto la situación de los trenes y metros en hora punta, incluso una vez establecido el estado de alarma.

La posibilidad de teletrabajar va a determinar también cómo cuidamos de los niños y niñas, cómo les ayudamos a seguir con su educación durante el confinamiento.

Hay trabajos y trabajos. En esta situación de crisis y tensión social aplaudimos a los trabajadores sanitarios que están desarrollando una labor titánica. Está muy bien que lo hagamos y, sobre todo, que tengamos muy en cuenta que el sistema de sanidad público, sus investigadores y técnicos necesitan mayor apoyo, financiación y protección.

Sin embargo, curiosamente, nos acordamos menos de los trabajadores de las tiendas de alimentación de barrio y supermercados, de los bengalís, pakistanís, dominicanas, reponedoras y cajeras de supermercado que, con sueldos mínimos y horarios infernales, atienden con paciencia infinita a clientes con miedo.

Sanitarios, personal de oficinas de farmacia, trabajadores de la alimentación y muchos otros trabajadores que necesitamos ahora mismo son las “personas imprescindibles” de las que escribió Bertolt Brecht, las que luchan toda su vida desde su puesto de trabajo.

Y no olvidemos las condiciones y la seguridad del empleo. Aunque el Gobierno ya ha lanzado un paquete de medidas sociales para paliar las consecuencias, el estado de emergencia está poniendo en entredicho muchos empleos a través de ERTEs.

Como muy bien nos ha contado Ángeles Durán, las cargas por trabajo remunerado y no remunerado son muy diferentes entre hombres y mujeres en nuestro país. Ya no es solo quién tiene qué tipo de trabajo y su diferente remuneración, sino quién cuida a quién. Hay trabajos fundamentales en nuestra sociedad realizados principalmente por mujeres. Las migrantes cuidan de nuestros hijos, de nuestros mayores, de nuestras casas. Estas semanas o meses van a cobrar menos, o no cobrar.

Mucho estamos hablando sobre las personas mayores durante esta crisis. Los mayores que ya tienen enfermedades crónicas son los que presentaron un mayor riesgo de morir en el hospital según los primeros estudios ya publicados en Wuhan China. Pero los mayores tampoco son todos iguales. Hay quienes viven solos y quienes viven en familia, los que tienen viviendas adecuadas y los que no, los que todavía cuidan de nuestros pequeños y los que son cuidados. Los hay en residencias de 3 000 euros al mes y residencias públicas.

Hay mayores con pensiones máximas y una enormidad con pensiones mínimas. En el informe sobre investigación interdisciplinar del CSIC “El ritmo de la senectud” , en el que participé, concluimos destacando la relevancia de políticas de redistribución que pongan el acento en una intersección crucial: la de género, edad y clase social.

En el momento de confinamiento preventivo que afrontamos, la calidad de nuestra vivienda es fundamental. Hay casas espaciosas, bien iluminadas, ventiladas o con terraza y jardín, frente a las infraviviendas, pequeñas, mal aisladas y sin ascensor de nuestros barrios y ciudades. ¿Cómo se puede aislar un miembro de una familia numerosa en un apartamento de 50 m²?

Aún se destinan muy pocos recursos, en comparación con otras áreas de investigación, para estudiar las desigualdades sociales por barrios y la salud urbana. Ahora, frente a la crisis del coronavirus, la Comisión Europea acaba de seleccionar 17 proyectos de investigación y en España participamos en 6 de ellos. Ninguno de estos 6 proyectos incluye aspectos sobre cómo afrontar y cómo va a afectar a los diferentes segmentos de la población esta crisis.

La investigación que incluya enfoques interdisciplinares con aspectos y metodologías de las ciencias sociales será la que mejor nos permita entender y planificar las actuaciones más efectivas y equitativas ante problemas de salud pública como esta crisis.

Seguimos ciegos ante la realidad extremadamente desigual de nuestras sociedades. Hoy en día la desigualdad social se traduce en 15 o 7 años de diferencia de esperanza de vida si pertenezco a una clase social u otra, si vivo en un barrio o en otro. Y todos entendemos que se pueden hacer muchas y buenas cosas en 7 años. Estas desigualdades son injustas y evitables. Una vez más, los gobiernos, nacionales y locales de las ciudades, que más inviertan en servicios sociales serán las que tengan mayores niveles de salud y menos desigualdades.

Ante la crisis del coronavirus toca actuar política, administrativa y científicamente para que no se convierta en otro factor más que aumente las ya alarmantes desigualdades en salud.


Artículo publicado originalmente en Sinc


The Conversation

Manuel Franco does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Manuel Franco, Associate professor, Universidad de Alcalá