Primer viernes
El lunes 14 de enero, un joven se inmolaba en El Cairo. Al día siguiente, otro joven más seguía su ejemplo, y el viernes 18 de enero un tercer joven se prendía fuego en la ciudad de Alejandría. Estas tres inmolaciones siguieron el ejemplo del bonzo tunecino, Mohammed Bouazizi, que se inmoló en Túnez y desató una revuelta que acabó con la caída del líder tunecino, Zine El Abidini Ben Ali. Los jóvenes protestaban -con su vida- por la falta de empleo y los abusos policiales en Egipto.
Segundo viernes
Tras la inmolación del viernes 18 de enero una joven de 26 años, Asmaa Mahfouz, colgó un video en Youtube. En él pedía al pueblo egipcio que se uniesen a su protesta el viernes 28 de enero en la plaza Tahrir, que no la dejasen sola. Pensaba salir para protestar de forma activa: no quería más inmolaciones, más sacrificios. El video comenzó a moverse en las redes sociales egipcias. Y lo increíble ocurrió: los egipcios no dejaron sola a Asmaa. Y salieron a la calle.
Tercer viernes
Durante toda la semana, los manifestantes jugaron al ratón y al gato con la policía egipcia. Internet fue desconectado en todo el país y los manifestantes gaseados sin piedad con gas lacrimógeno. Vivimos -los que observábamos esta revolución tan cinematográfica- momentos de gran tensión. Vimos las llamas acercarse al Museo Arqueológico de Egipcio, y vimos al pueblo egipcio rodear su más preciado tesoro para defenderlo con sus propios cuerpos. Vimos al pueblo egipcio desafiar los golpes y los constantes toques de queda. Vimos radios italianas enlazando con código morse con el pueblo egipcio. Si, vimos cosas increíbles. Y la semana avanzó, con el país paralizado, hacia el viernes 4 de febrero. Los egipcios le pusieron un nombre: viernes de rabia. Haría una semana que estaban en las calles.
Cuarto viernes
Aunque Mubarak no daba señales de querer irse, los egipcios no cejaron. Hubo muertos -¿cuántos?¿cientos?no lo sabemos todavía-, hubo palizas y desapariciones tanto por parte del Ejército como de la Policía. Pero algo estaba cambiando. Se supo de policías balaceados por haber desobedicido la orden de disparar contra el pueblo. Aunque la actitud oficial del Ejército era ambigua, los soldados rasos parecían querer proteger al pueblo, interponiéndose entre los manifestantes y la policía. Mubarak aseguró el jueves que no se marcharía, y el Ejército -tras haber jurado ayudar al pueblo- pidió a los manifestantes que se retiraran. Pero los egipcios esperaron todavía un día más. Solo un día más, para que volviera a ser viernes. Como si supieran que estos viernes estaban repletos de simbolismos, que eran poderosos, apostaron por un viernes más. Y cuando el viernes 11 de febrero llegó, Mubarak vio que sus órdenes no habían sido obedecidas, que estaba rodeado, y huyó.
No sé si hemos visto una película de ciencia ficción o esto ha sucedido de verdad. Pero si es verdad, entonces tal vez nos hallemos frente a un momento histórico. Porque tras los ejemplos de Túnez y Egipto sabemos que es posible cambiar un país sin violencia. No hace falta tomar la Bastilla. Es más, ni siquiera hace falta tomar las armas. Solo hace falta perder el miedo y responder con un rotundo “NO” ante las peticiones de “abandonen la plaza”. Así de fácil. Así de difícil. En solo cuatro viernes.