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El porqué de tus silencios… | Historias de hojaldras y otros panes

July 11, 2011


Román todavía no se recuperaba del corazón roto que iba cargando a cuestas cuando conoció a Estela. Había sido un año fatal, Laura huyendo al extranjero por una mala relación y llevándose en el camino más de la mitad de su amor. Luego lo de su abuela muerta. Definitivamente era una mala temporada para conocer a alguien con quien pudiera involucrarse.

Aún así, desde que vio a Estela no pudo alejarse de ella. Irradiaba tal luz que le hacía menos obscuras las noches y quería saber cuál era el sabor de sus besos. Ella también tenía una historia romántica bastante compleja y vagaba por el mundo sin rumbo fijo.

Una mala combinación de momentos dieron como resultado una unión que parecía espeluznantemente “perfecta”. Sintieron que juntos serían más fuertes que separados. Que existía el amor a primera vista y que lucharían contra todos, con tal de estar juntos.

Estela ni lo pensó. Se sentía muy poca cosa al haber sido abandonada por su último amante. El muy cabrón escogió el día de su cumpleaños para desaparecerse. Planeó todo, le dijo que se quedara sola en su departamento; que él llegaría desde la noche anterior para celebrar juntos desde los primeros minutos de su cumple. ¿La sorpresa? Él nunca llegó. Estela pasó completa y absolutamente sola, llorando, preguntándose en qué había fallado. Hermoso recibimiento de los 24 años. Así que cuando Román se fijó en ella, no hubo más en el mundo. Ella se jugaría el todo por el todo con tal de tener un amor “perfecto”, de “esos de película”. En ese tiempo Hello de Poe era todo lo que ambos escuchaban. Sentían que así era su amor.

Los primeros cinco meses fueron muy buenos. Todo eran risas, amor, pasión. No existía nada más que no fueran ellos dos juntos. Román insistía en llevar a Estela a su casa. Se respira un ambiente intranquilo, las cortinas siempre estaban cerradas y su familia casi no sonreía.

Estela llegó con canciones y alegría a esa casa. Años después la mamá de Román le diría: “Tú llegaste con luz y amor a un lugar que estaba desahuciado. Eres la luz de esta casa”. Lástima que se lo dijo cuando Román y ella ya no estaban juntos…

Cuando se besaban había fuegos artificiales en el cielo, de esos de fiesta de pueblo, todo era risas y diversión. Pero la primera vez que estuvieron juntos él no pudo terminar y la culpó a ella: “Eres demasiado pasional y me sacas de onda”. Estela decidió no hacer mucho caso y siguió enamorándose con la misma intensidad. No se fijó en todas las señales que le mandaba el universo. Siguió adelante con el camino que había decidido sería el bueno, costara lo que costara.

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A Román se le iba todo en apariencias; la novia perfecta: fresa, bonita, alta, con costumbres refinadas. A Estela se le iba todo en tener un novio que la llamara “suya”, que la tomara de la mano y que quisiera estar con ella.

La vida sexual era pésima, nunca lograron acomodarse ni entenderse del todo. Siempre uno de los dos terminaba lastimado y el otro bastante frustrado. Ahí se hicieron más evidentes los problemas de comunicación. Estela siempre tuvo costumbres diferentes, le gustaba lo peligroso; estar en el límite entre lo “socialmente aceptable” y lo comúnmente deseado, pero con él era imposible. No entendía qué le prendía, sólo habían reproches y malas posiciones. A Román sólo le gustaba estar dentro y terminar, cosa que nunca podía. Aún así, se aferraban uno al otro como si no hubiera otra cosa fuera. Como si el mal sexo fuera compensado por todo el amor que se tenían.

Al año, Estela tenía muchas dudas de querer seguir adelante. Descubrió que Román se escribía con su exnovia. Laura le había escrito desde el exilio para decirle que lo había perdonado y que todavía lo quería. Él nunca le dijo nada abiertamente sobre Estela y le daba pena enseñar las fotos de ellos como pareja. Lo peor fue cuando se citó con ella en un café del barrio viejo, le pidió a Estela que lo acompañara, pero ella tuvo que esperar afuera. Ni siquiera se la presentó.

Entre los dos sólo se daba el terror psicológico con altísimas dosis de pasión, terminando en frustración. Un círculo vicioso que ninguno de los dos quiso detener a tiempo. Él la celaba obsesiva-compulsivamente, la seguía a todas partes y se oponía a que viera a sus amigos, mucho menos si sólo eran hombres. Ella lo humillaba públicamente y se especializaba en hacerlo quedar como el imbécil que pensaba que era.

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Se convirtieron en la pesadilla viviente uno del otro, pero aún así no consideraron ni un segundo dejar de estar juntos. ¿Para qué? Mejor se vieron a vivir como pareja y para, eventualmente, formar una familia. Mientras Estela disfrutaba escuchando Mal bicho de Manú Chao, Román se enojaba y ponía a Lacrimosa a todo volumen.

Ya ninguno podía respirar el mismo aire que el otro. En lugar de impulsarse, se jalaban más al hoyo. Hacia fuera todo era “perfección”, eran la pareja ideal que hacía planes de boda. Hacia dentro, ella engordaba un kilo por semana y él se amargaba aún más.

Pero entonces, en un giro del destino, 20 semanas después…

Román conoció a una chica que venía de intercambio, que sólo pensaba en fiestas y diversión. Inmediatamente se prendó de ella. Se ofreció a enseñarle la ciudad, los mejores bares y a darle todas las diversiones. Estela supo desde el principio que ese era el fin. Que había llegado la brisa que ella tanto había esperado. Ya se había cansado de despertar llorando, odiando el olor del cuerpo de Román.

Se acabaron las vajillas, los pleitos cada vez eran más violentos, más constantes. Ya ni el recuerdo quedaba de aquellos besos con fuegos artificiales. Todo eran gritos, platos rotos, que él desapareciera horas de la casa mientras ella se quedaba barriendo sus lágrimas. I wish I loved you more de Candie Payne sonaba constantemente en esos momentos.

Pero llegó el día. Estela sólo buscaba pruebas, Román sólo buscaba pretextos. Ella los encontró juntos, también el día de su cumpleaños. Maldita costumbre de que siempre se joda todo el día en que celebro que llegué a este mundo, dijo gritando antes de azotar la puerta, para nunca más volver.

Román intentó hablar con ella, explicarle..pero no había nada qué explicar. Todo se había terminado de una forma intempestuosa, violenta, casi igual que cuando empezó. Decidió mandarle correo avisándole que tomaría el dinero de la cuenta conjunta para irse a “encontrar” a Europa. Que él se sentía menos con ella, que era un pobre diablo sólo con el dinero de la bolsa del pantalón (20 pesos, para ser exactos) para poder ofrecerle felicidad. Que le deseaba lo mejor, una buena vida…y que la amaba profundamente. Que quizás regresaba en tres meses y se casaba con ella.

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Ese día, Estela decidió hacerle caso a la canción de Adele, Set fire to the rain y le prendió fuego a la lluvia., casi literalmente Se despidió de él, deseándole que se cayera su pinche avión y que nunca regresara. Su corazón dejó de latir por breves instantes, se vió en el espejo: gorda, vieja, amargada, infeliz.

Esa no era Estela y esa no era la vida que quería para ella. No quería un amor “perfecto”, no quería la vida chiquita con el amante chiquito y las aspiraciones poquitas.

Probablemente Román tampoco quería eso y por eso se fue así, a la francesa.

Cinco años después, Estela bajó más de 20 kilos, conoció a varios chicos y tuvo cualquier cantidad de amantes. Necesitaba demostrarse que no era mala en la cama y que en verdad ya no tenía corazón. Se perfeccionó en las artes amatorias y en el papel de femme fatale.

Román fue de una novia a otra, todas con nombres similares al de Estela. Se perfeccionó en demostrarse que era el novio perfecto y que no era sólo un hombre de paja, recorriendo el camino amarillo, pero sin corazón.

Durante esos años, Estela le mandó algunos correos a Román. Necesitaba calmar los demonios, necesitaba disculparse por haberle deseado la muerte. Decidió dejar ir, para poder estar lista para recibir al nuevo amor. Él ni siquiera contestó. Se habían lastimado lo suficiente y él no estaba listo para perdonar.

Ella encontró a un hombre que la lleva por caminos misteriosos y que le enseña cosas sobre el universo. Se ha enamorado como nunca pensó que podría hacerlo y guardó a la femme fatale. Ella dejó ir, olvidó y perdonó. Cada noche de San Juan piensa un poquito en Román y llora con esas lágrimas que se secan con el viento. Román ya no piensa en Estela, bloqueó su nombre y olvidó su risa. Todo se murió cuando dejó que su corazón se fuera con ella, casi sin darse cuenta. Aún ahora lo sigue buscando, rozando la línea fronteriza que podría acercarle a aquella que alguna vez fue lo más preciado, pero se aleja cantando “El porqué de tus silencios”, de Bunbury.

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Imagen: desdetasmania (CC Flickr)