Emilio Lledó (Sevilla, 1927) cumple 93 años, con una lucidez y energía que quedan patentes en su última entrevista a día de hoy. En ella, tras constatar el difícil momento que vivimos, “¿Qué razón habría hoy para seguir entusiasmados?”, Lledó responde sabiamente: “La esperanza. A pesar de todo hay que ser optimista, esperar algo positivo, creativo, verdadero. Esperanza es una hermosa palabra de la lengua”.
La esperanza (elpís, en griego) es una constante que recorre todos los escritos de Lledó, desde sus iniciales publicaciones de los sesenta, especialmente El concepto ‘poíesis’ en la filosofía griega (1961) hasta sus últimos libros, Dar razón. Conversaciones (2017), Sobre la educación, la necesidad de la literatura y la vigencia de la filosofía (2018) y Fidelidad a Grecia (2020).
Si atendemos a sus propios títulos, podríamos caracterizar el impulso creativo del pensamiento de Lledó, su “Poética filosófica” como una Poética de la palabra (del logos y de la razón), de la educación y de la cultura, de la libertad, de la justicia, de la fidelidad. Ante todo, fidelidad a sí mismo y a los grandes valores humanistas que ha profesado con coherencia (también con dinamismo y apertura dialógica) toda su vida.
Una fidelidad a sí mismo que parte del imperativo de la mirada interior, de la introspección, del gnothi seautón, “conócete a ti mismo”, que nos recuerda Platón en el Protágoras (343 b). Estaba en el templo de Apolo en Delfos, junto a otra importante inscripción, que también ha hecho suya nuestro pensador: medén ágan, “nada en demasía”.
El “sabio oficial”
Emilio Lledó es uno de los mayores pensadores de toda nuestra tradición filosófica. Aunque él diga que está cansado de ser “sabio oficial”, o que más que filósofo es profesor de filosofía, su sabiduría –que es conocimiento al servicio de la vida– y su condición de filósofo están fuera de toda duda: no solo porque él piensa que todos los seres humanos somos (o debemos ser) filósofos, sino porque en él se cumplen esas raíces etimológicas que le son tan gratas: él ama, con filía verdadera, el conocimiento y la sabiduría.
Es también excelente filólogo: recuerda a sus maestros de la Universidad de Madrid, pero muy especialmente a los de Heidelberg, como Otto Regenbogen, que se unían a sus grandes maestros de filosofía, como Hans Georg Gadamer. Pero filólogo, sobre todo, porque ama la palabra, y a ella ha dedicado algunos de sus mejores libros, sin que jamás esté ausente de ninguno de ellos.
Invitación a la lectura
Esta breve nota sobre Lledó pretende ser solo invitación e incitación a su lectura. Quien le haya leído poco, saboreará con provecho la antología En torno al ‘bienser’, que le ha dedicado el Centro Andaluz de las Letras en este 2020, “Año Emilio Lledó”, y que puede descargarse aquí gratuitamente.
Aunque son muchas las vías que podemos transitar hacia el núcleo del pensamiento de Lledó, me permito recordar algunos principios de su “Poética filosófica”, profundamente interconectados y que a su vez nos llevan a otros no menos importantes. El lector los descubrirá por sí mismo, en diálogo con su obra, si se hace el impagable regalo de leerla:
Parte de los principios fundamentales de la materia y de la vida, los stoijeia, los elementos: agua, aire, tierra, fuego, que somos y nos constituyen. Parte, pues, de la physis, de la naturaleza a la que pertenecemos.
Los seres humanos nos humanizamos en la palabra. Desde la lengua materna, pero llevándola más allá, en la matriz del lógos que cada uno personaliza. Por ello es fundamental el diálogo, comunicarnos dià-lógos a través de la palabra, frente a tanta incomunicación, tanta toxicidad y mentira, tanta desvirtuación de la palabra.
Los seres humanos nos tenemos que hacer, que gestar en la sociedad, que “humanificarnos” (antropoúesthai, ese hermoso verbo que solo aparece una vez en Aristóteles). Y lo hacemos a través de la palabra, la educación y la cultura, que Lledó coloca en el centro de las prioridades humanas. Porque no son algo accidental, sino esencial: afectan al núcleo mismo de lo humano. Una educación (Paideía) pública, laica, crítica y creativa, que impulse ciudadanos libres y responsables. Y recuerda al Aristóteles de la Política: el cuidado de la educación “debe ser cosa de la comunidad y no privada”.
También son esenciales los valores de lo social y lo público, frente al individualismo salvaje y privatizador. El sentido de lo solidario, de la empatía, que nos recuerda que todos los seres humanos somos iguales y que tenemos los mismos derechos. También el derecho a intervenir con nuestra palabra en el ágora en pie de igualdad (Isegoría).
Así como los elementos materiales nos sostienen en el mundo físico, la palabra, que nos convierte en “el animal que habla”, nos hace aspirar a los grandes trascendentales, que son a la vez lo más concreto y humano: “Verdad” (Alétheia), “Bien” (Agathón), “Belleza” (Kalón). Porque la verdad funda la sociedad desde la palabra. Una palabra que cuando se corrompe corrompe también el alma de quienes utilizan el engaño y la mentira y de quienes se adhieren acríticamente a ellos. El bien y la belleza, siempre unidos (kalós kai agathós) son los que realmente nos humanizan.
Los seres humanos fluimos en el tiempo, nos forjamos en el crisol de la historia, y por ello resulta fundamental la memoria (Mnéme), a la que ha dedicado dos hermosos libros: Memoria del logos y Memoria de la ética. Y por ello no entiende el problema de nuestro país con la Memoria, imprescindible para conocer el pasado y no volver a repetir los errores: irracionalidad, violencia, cobardía, maldad, que son siempre fruto de la ignorancia.
Finalmente, algo que cruza toda su obra es el imperativo del amor: amor a la vida, amor a los demás, amor a la naturaleza, amor a la palabra, a la verdad, la bondad y la belleza, amor a la educación, la cultura y los libros con los que dialoga, amor a la libertad… Comenzando por esa forma de amor a sí mismo (filautía) que es lo contrario al egoísmo: que nos permite mirarnos al espejo con decencia y aceptarnos. Y cuidando muy especialmente esa otra forma de amor que es la amistad, pues sin amigos la vida carece de sentido.
Por todo ello, pocas lecturas nos pueden impulsar tanto como la de la obra de Emilio Lledó para ver adecuadamente el mundo (recomendamos el documental Emilio Lledó: mirar con palabras), comprenderlo, tener el valor de transformarlo y aspirar siempre a ser mejores, a ser felices y contribuir a la felicidad de los demás. A un “bienser” que va mucho más allá de un “bienestar” muchas veces artificial.
Leer a Lledó nos hace mejores y contribuye a hacer mejor nuestro mundo.
Manuel Ángel Vázquez Medel no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Manuel Ángel Vázquez Medel, Catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana, Universidad de Sevilla