Días atrás falleció una amiga real (nada virtual) que no quiso o no pensó en cerrar su cuenta de Facebook antes de morir. El cáncer fulminante que la mató también la distrajo de sus obligaciones web, y por ahora es poco probable que sus deudos se desprendan de esta suerte de registro online no sólo abierto sino activo.
Hoy el célebre “muro” facebookiano se actualiza con mensajes y fotos que algunos contactos publican, comentan y celebran con el pulgar para arriba. En general los textos le hablan a Claudia: le dicen cuánto se la extraña; describen el vacío que dejó; agradecen los momentos compartidos; señalan su entereza ejemplar y su nueva condición de ángel o luz eterna.
La comunicación online se revela más fuerte que la Parca. Sólo algún administrador de la red social o algún ser querido que conozca el usuario y la contraseña correspondientes podrán dar de baja la cuenta.
En dos ocasiones me sorprendí desandando el historial, repasando fotos, leyendo los últimos pensamientos, buscando vestigios de esperanza, temor, bronca, resignación. Otra vez el silencio pierde contundencia entre mensajes, fotos, videos colgados por más o menos los mismos contactos ahora reencarnados en la versión 2.0 de las tradicionales lloronas o plañideras.
En el mundo real, pocos allegados facebookianos visitaron a Claudia cuando ya no podía salir de su casa. La distancia geográfica, la “vida de locos”, el instinto de auto-preservación fueron algunos de los argumentos esgrimidos para justificar ausencias indisimulables y apariciones fugaces.
Para ese entonces, esta amiga de carne y hueso había dejado de ingresar a FB porque -sostenía- no quería dar explicaciones. Sospecho que tampoco quiso caer en la tentación de reclamarles compañía tangible a quienes, siempre a la distancia, le escribían o simplemente la tagueaban.
Alguien podrá observar que esta actualización del muro facebookeano renueva la tradición de hablarles a los muertos cuando se los visita en el cementerio (los seguidores de Pedro Almodóvar recordarán las primeras escenas de su película Volver). O que mensajearlos es una actividad terapéutica, catártica para quienes no encuentran consuelo. O que, en un Cielo tecnologizado con libre conexión wi-fi, las ánimas siguen conectándose a la Web.
A mi entender, el duelo online se aleja de la noción íntima de recogimiento e ilustra los fenómenos cada vez más impresionantes de borramiento del límite entre esferas pública y privada y, de espectacularización de los sentimientos propios y ajenos. La figura de las lloronas vuelve a aparecer como antecedente posible, aunque estas mujeres ejercían/ejercen su función en un contexto acotado (el velatorio) y en presencia del fallecido.
Internet, en cambio, extiende tiempos y disimula ausencias. Tanto la de quien se fue como la de quienes dejaron de acompañarlo en el mundo real.
María Bertoni es redactora y escribe en el blog Espectadores, un blog argentino dedicado a observar los medios de comunicación y la producción cultural.
Este artículo fue publicado originalmente en Espectadores el 25 de enero de 2011.