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La boda… una especie de contrato social bilateral

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Tomás y Nadia mantuvieron una conversación interesante acerca del matrimonio. Él no quería casarse. Ella sí. Pero ella no pensaba en el altar ceremonioso con arras y discurso religioso. Ella pensaba en una especie de contrato social bilateral. Podían casarse solos, en una playa. O podían hacerlo rodeados de amigos. No sería un enlace de cara a la galería y menos una boda ante Dios. ¿Dios? Para Tomás la única diosa que existía aquí en el cielo como en el suelo era ella: Nadia. Una mujer casi etérea. Nadia pensaba también en cómo se lo pediría. Ella a él. Pero Tomás había crecido con la idea de que una boda era de todo menos un acto romántico. Y menos de fé. Para ella sí lo era. Ese día se pondría el vestido más bonito del mundo. Sin bragas y sin brassier. Y firmaría lo que fuera, con un tatuaje, por ejemplo, que quería estar con él hasta que la muerte los separara. A Tomás no le convencía que el amor de su vida esbozara como argumento principal que lo que más deseaba era poner una fecha para un acto tan cómplice. No sabía explicarlo de otra manera. Por si acaso, ella ya tenía su vestido verde en el armario. Y también tenía la carta que le iba a leer a Tomás. La guardaba en el cajón de la ropa interior junto a los picardías y las bragas que no se iba a poner el día de la boda. En su sueño, esa noche, no se casaba con Tomás. En el sueño de Él sí aparecía Nadia. Efectivamente, era una Diosa que no llevaba bragas ni brassier. Tuvo una erección sostenida durante varias horas. Al despertar le dijo que sí, que lo hicieran. Ella removió el azúcar en la taza y le preguntó, ¿cuándo cambiaste de opinión?

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