Por Dahlia de la Cerda | La Crítica
Reproducido con autorización de su autora. Puedes seguirla en Twitter: @DahliaBat
Sandra se levantó muy temprano por la mañana, tomó café con leche y ayudó con el trabajo del hogar. No había logrado incorporarse al mercado laboral; era desempleada, pero ser desempleada no significa desocupada, Sandra todos los días realizaba trabajos domésticos, que aunque son infravalorados en el heteropatriarcado, son un trabajo no menos digno que ser buen deportista o tener un excelente desempeño académico.
La joven recién egresada de la preparatoria aplicó para entrar a la universidad pero no fue seleccionada, pese a que el Gobierno dice que ninguna joven que quiera ingresar a la educación superior se quedará fuera por falta de recursos, Sandra no tuvo acceso a las políticas públicas educativas y empezó a buscar trabajo mientras intentaba, nuevamente, ingresar a la UAM ¿Biología, Administración de empresas, Historia o Medicina? ¡Por favor! ¿A quién le importan los sueños de una muchacha que no era genio de la física ni tenía un futuro brillante en Alemania? Sandra no sabía tocar el piano, pero tenía sueños, ni más ni menos validos que los tuyos o los del feminicida que la asesinó el 27 de Julio de 2013. Sandra quería ser modelo, soñaba con desfilar en pasarelas y posar para revistas de moda. Semanas atrás Javier, un chico que conoció en Facebook, prometió que le conseguiría trabajo como edecán. Sandra no se imaginó que ese joven le arrebataría sus sueños, su vida y su futuro asesinándola de forma cobarde.
Aquella tarde del 27 de julio Sandra salió de su casa en Ixtapaluca en el Estado de México. Ixtapaluca es uno de los sitios más peligrosos para las mujeres en México. La máquina feminicida, los Gobiernos negligentes y la misoginia institucionalizada han generado las condiciones para que miles de mujeres mueran en manos de hijos sanos del patriarcado que las consideran de su propiedad. Sandra, como toda guerrera, salía todos los días de casa a enfrentarse con la máquina feminicida.
La joven que no hablaba alemán, pero que tenía sueños, abordó el metro y durante el trayecto pensó en el futuro prometedor que le esperaba en el mundo de la moda, soñó con poder pagar su carrera en una universidad privada. El reloj marcaba las 16:00 horas cuando Sandra llegó a la estación de Tlatelolco, Javier ya la esperaba, se abrazaron como si se conocieran de toda la vida. Fueron al cine y luego a la casa de Javier.
La voz de Sandra fue silencia horas después de que entró al departamento en el piso 10 de la unidad habitacional de Tlatelolco. Su cuerpo fue desmembrado y tirado como basura. No tenemos su testimonio, sus metas nunca se concretarán y sus sueños no se harán realidad porque un machista de ego herido decidió estrangularla hasta matarla por asfixia.
Javier cuenta que tuvieron relaciones sexuales, los peritos dicen que fue violación. Javier dice que al concluir el encuentro sexual hablaron sobre sus vidas. El joven que sabía tocar el piano intentó impresionarla, le presumió que se iría a vivir a Alemania y que era un genio de la física, pero a Sandra no le interesaban esas cosas, ella valoraba las pláticas divertidas, los buenos momentos, y no los méritos académicos ¿Eso qué? ¿A poco un bronce en física te hace mejor persona?
Sandra una joven alegre y sarcástica bromeó sobre los aires de grandeza de su compañero. Javier un chico sobrevalorado, un chico inflado por los aplausos de sus amigxs y posiblemente también ex novias, estalló en ira ¿Cómo es posible que se ría de mí? -pensó- ¿Cómo se burla de mis medallas? ¡Soy un estudiante modelo! ¡Soy un héroe! ¿Quién se cree esta naca? No era frustración y no era dolor; era el ego herido de un macho, el mismo ego herido que usan los violadores para justificar sus crímenes cuando una chica les dice que no. En el patriarcado las mujeres estamos para aplaudirles a los hombres, para admirarlos, para decirles que sí ¿Y si no queremos? ¿Y si nos parecen presumidos y arrogantes? ¿Si su conversación es aburrida y llena de vanagloria? ¿Si no queremos coger con ellos? Entonces nos matan.
El joven que sabía tocar el piano, también tenía la fuerza suficiente para tirar al suelo el cuerpo de Sandra de un solo golpe. Javier no sólo era un excelente músico y estudiante sobresaliente, también era destacado en los deportes, lo que implica que sus puños son considerados en determinados marcos legales como un arma blanca. Sandra se levantó y quiso defenderse, le rasguñó la cara y le gritó, estaba muy enojada, no iba permitir que ningún hombre la tratara de esa manera. Javier la tomó del cuello y apretó con fuerza. La “promesa de la química”, el “hablante casi nativo del alemán” y que “no tiene un perfil feminicida” -porque desde nuestras lecturas clasistas y racistas nos imaginamos que los feminicidas son feos, pobres y pendejos- apretó el cuello de Sandra durante 5 minutos, pudo soltarla en cualquier momento y echarla de su casa, pero no lo hizo, apretó con más fuerza hasta que la mató. Como quién acaba de matar a un mosquito del dengue, es decir sin mostrar remordimientos, Javier se fue a dormir. Se levantó por la mañana y se dispuso a deshacerse del cadáver. El muchacho que en 2006 viajo a Alemania y quedó deslumbrado, podía sin pedos cargar 50 kilos de peso, practicar deportes toda la vida tiene sus ventajas, pero no quería que el crimen quedará al descubierto; era imposible sacar el cadáver de Sandra de su departamento sin levantar sospechas.
Después de meditar un rato fue a la cocina, tomó un cuchillo cebollero y descuartizó el cuerpo de Sandra. Los restos de la joven que quería ser modelo y entrar a la universidad, fueron embolsados y esparcidos en lugares estratégicos que imposibilitaran su hallazgo.
Mientras, en Ixtapaluca la madre de Sandra notó su ausencia y la reportó como desaparecida. La imagen de una joven de sonrisa alegre, ojos grandes, nariz recta y cabello largo y ondulado empezó a circular por redes sociales. El cuerpo de Sandra la joven desempleada, la mala víctima, la que es narrada desde la precariedad y la desvaloración, fue encontrado en bolsas negras de plástico. Las investigaciones colocaron a Javier como principal sospecho.
Javier se dio a la fuga. Durante un año vivió bajo el nombre Carlos. Sostuvo comunicación con su familia y finalmente fue atrapado en julio de este año. En su declaración, Javier culpó a Sandra de lo ocurrido, dijo que no sabe lo que pasó, que él estaba fuera de sí. No es raro que un joven que siempre usa un lenguaje correcto, que siempre se expresa con términos técnicos, sepa que apelar a una emoción descontrolada y alegar locura puede atenuar sentencias. Es probable que este genio del patriarcado tenga claro que en un sistema de justicia con instituciones que permiten que la violencia contra las mujeres sea ejercida de forma sistemática, culpabilizar a la víctima desvía la atención del problema real: la violencia feminicida que se ejerció sobre el cuerpo de Sandra. La violencia feminicida que le arrebato los sueños a la joven que quería ser modelo.
El chico que subió al pódium a recibir una medalla de bronce, narra que durante gran parte de su vida vivió bullying, también dice que perdió el control ante las burlas de la ojete de Sandra. No obstante Javier no tiene ningún antecedente de violencia, lo que implica que no era un joven tendiente a la pérdida del control, al contrario; la gente lo conoce como un chamaco educado y tranquilo. Como Carlos, nombre falso bajo el que se mantuvo prófugo por un año, jamás se metió en problemas, sus ex parejas no tienen quejas de él ¿Por qué nunca se metió en líos? ¿Por qué nunca respondió con golpes al bullying? Porque Javier no tiene problemas de autocontrol, Javier es un delincuente que en un ejercicio de poder asesinó a Sandra Camacho; es un hijo sano del patriarcado. Javier asesinó a Sandra porque es un feminicida.
Las declaraciones de Javier han provocado la empatía de los medios hegemónicos de comunicación y lo retratan como una pobre víctima de las circunstancias, un joven que tenía un futuro brillante, pero tuvo la desgracia de toparse con muchachita pobre, inculta y sin expectativas.
Nos cuentan que el pianista no quería matarla, pero ella ojete y sin corazón no le dejó otra alternativa. Sandra en cambio, es narrada desde la otredad, desde la precariedad, desde la sordidez. La misoginia interiorizada ha impedido que se entienda que presentar a Javier desde la fragilidad y justificar sus actos, implica culpabilizar a Sandra.
Los valores patriarcales y capitalistas tales como la obsesión por el dinero, la búsqueda excesiva de sobresalir y la sobrevaloración de méritos académicos basados en números y acumulación de conocimientos nos hacen creer que el crimen es menos crimen si lo comete un genio de la física. El desprecio por quienes no se ajustan a las cualidades socialmente consideradas dignas de aplauso hace que sintamos que hay muertes menos llorables que otras. La muerte de Sandra no es llorable ni para el patriarcado ni para el capital porque era una joven que sobrevivía desde la periferia, que luchaba desde la precarización, una joven expulsada del sistema educativo y la oferta laboral. Mientras tanto el crimen del feminicida es minimizado porque era productivo, estudioso y destacado.
Sandra no jodió la vida a Javier, Javier le jodió la vida a Sandra. El futuro de Javier no fue truncado, Javier le truncó los sueños a la joven que soñaba con entrar a la universidad. La vida no le volcó las urnas al joven pianista, el joven pianista le volcó las urnas a Sandra. Las mujeres no somos responsables de la violencia que se ejerce contra nuestros cuerpos, pero los pianistas, los genios de la física, los grandes deportistas, los presidentes, los Gobiernos, los medios de comunicación feminicidas, sí son responsables de seguir alimentando a la máquina feminicida.
Foto: Stefano Corso. (CC) Flickr