José Manuel López Nicolás, Universidad de Murcia
Quién le iba a decir a Dietrich Mateschitz, fundador de Red Bull, que cuando se topó en Tailandia con el popular tónico Karting Daeng que se vendía en gasolineras para prevenir a los conductores de dormirse al volante, estaba dando el primer paso para crear un imperio empresarial.
En 1984, Mateschitz fundó Red Bull GmbHy. El 1 de abril de 1987 Red Bull Energy Drinkse vendió por primera vez en Austria, el país de origen de su fundador. Ese día no solo se lanzó un producto nuevo, también una nueva categoría: las de las bebidas energéticas.
Este grupo de alimentos ha aumentado espectacularmente sus ventas en los últimos años. Según datos oficiales de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), el 68 % de los adolescentes (10 a 18 años) de la UE las consumen. Entre ellos, el 12 % presenta un consumo “crónico alto” de 7 litros al mes, y otro 12 % un consumo “agudo alto”. Lo que más impresiona: el 18 % de los niños entre 3 y 10 años toman bebidas energéticas.
El éxito comercial de estas bebidas reside en los objetivos que persiguen sus consumidores. Muchos deportistas las utilizan a diario para intentar aumentar su rendimiento físico. Las personas que deben mantenerse despiertas, para no dormirse. Los alumnos, para estudiar. Quienes salen de marcha las mezclan con bebidas alcohólicas.
Pocos productos alimenticios existen en el mercado que, supuestamente, cubran necesidades tan diversas.
La taurina es irrelevante
Pero desde hace unos años la bebidas energéticas están en el ojo del huracán. Por un lado sus beneficios están en entredicho y, por otro, son muchos los especialistas que advierten de los riesgos de su consumo. Para aclarar la situación lo primero que debemos hacer es analizar su composición, basada en cuatro grupos de componentes.
La mayoría de las bebidas energéticas contienen una serie de “moléculas estrella” que, en teoría, les proporcionan un alto valor añadido. Me refiero a la taurina, el ginseng y la carnitina.
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, el máximo organismo europeo en materia de alimentación, no piensa igual. Su Panel de Nutrición, Dietéticos y Alergias ha dejado claro en numerosos informes oficiales que, a día de hoy, no se ha demostrado ninguna relación entre el consumo de estas “moléculas estrella” y cualquier propiedad saludable.
La más conocida, la taurina, no tiene un efecto positivo sobre las funciones cognitiva, cardíaca y muscular. Tampoco la L-carnitina ayuda a una recuperación más rápida de la fatiga muscular, ni a reparar el tejido muscular esquelético, ni a aumentar la capacidad de resistencia. Con el famoso ginseng ocurre lo mismo. Ninguna de estas “moléculas estrella” tiene efecto positivo (ni negativo) sobre el organismo.
Su presencia en las bebidas energéticas es irrelevante.
Las vitaminas son innecesarias
El segundo grupo de moléculas lo componen una serie de vitaminas del grupo B (niacina, ácido pantoténico, vitamina B6 y vitamina B12) que sí han sido evaluadas positivamente por el Panel de Nutrición, Dietéticos y Alergias de la EFSA, al proporcionar algunas propiedades saludables.
Sin embargo, según las encuestas de ingesta dietética es absurdo consumir un suplemento de estas vitaminas. Los españoles llegamos sobradamente a sus niveles diarios requeridos, ya que se encuentran en los alimentos que consumimos cada día a un precio mucho más barato.
Por tanto, la presencia de esas vitaminas en las bebidas energéticas es ridícula e innecesaria.
Primer problema: la cafeína
El tercer componente de las bebidas energéticas es la famosa cafeína, un alcaloide descubierto por el químico alemán Friedrich Ferdinand Runge en 1819. Esta tiene la capacidad de excitarnos, y la EFSA reconoce que 75 miligramos (mg) mejoran procesos cognitivos que aumentan la atención, la memoria y el aprendizaje.
La mayoría de las bebidas energéticas contienen una concentración de cafeína de 32 mg/100 mL. Al presentarse habitualmente en latas de 500 mL, la cantidad total de cafeína en una sola bebida energética es de 160 mg. Esto representa más del doble de los 75 mg que establece la EFSA como límite mínimo para ser efectiva.
Hay que dejar claro que esta gran cantidad de cafeína presente en las bebidas energéticas de 500 mL puede tener consecuencias graves para la salud. Según la EFSA, un adolescente de 13 años, con un peso medio de 47 kg, no debería consumir más de 147 miligramos de cafeína al día, cantidad que se sobrepasa con una sola lata.
Iré más allá. El consumo de dos latas sobrepasa la sobredosis aguda de cafeína, establecida entre 300 y 400 miligramos, según el peso corporal y el nivel de tolerancia de cada persona. Una vez que sobrepasamos ese umbral aparecen síntomas de inquietud, nerviosismo, insomnio y trastornos gastrointestinales.
El alto contenido en cafeína de estos productos tiene un efecto indirecto peligroso. Muchas personas combinan las bebidas energéticas con alcohol cuando salen de marcha. Pues bien, el efecto depresor del sistema nervioso central provocado por el alcohol, que da lugar al sueño que nos lleva a dejar de beber, es enmascarado por la alta cantidad de cafeína que llevan las bebidas energéticas. Como consecuencia estas personas no sienten sueño, siguen bebiendo, y aumenta el riesgo de coma etílico.
Segundo problema: el azúcar
El ingrediente que más me preocupa de estos productos es el azúcar. Según la OMS, el consumo de azúcares añadidos no debe sobrepasar los 50 gramos de azúcar diarios. Según la misma organización, si esta cifra se reduce a 25 gramos se obtendrán beneficios adicionales, debido a la correlación directa entre el consumo excesivo de azúcar y obesidad, diabetes, caries y enfermedades cardiovasculares.
Dicho esto, la cantidad de azúcar que hay en una sola lata de 500 mL de la mayoría de estas bebidas energéticas es de casi 75 gramos, el triple de todo el azúcar diario recomendado por la OMS.
Seré más explícito: 75 gramos es el azúcar que contienen 15 sobrecitos. Brutal.
Tercer problema: las calorías
Pasemos ahora a analizar el valor calórico de una bebida energética. Mientras una lata de un refresco normal tiene un valor energético de 139 Kcal, un bote de 500 mL de una bebida energética aporta casi 300 Kcal, más del doble.
Estas cifras son muy preocupantes dados los altos porcentajes de obesidad de la población europea. Más si tenemos en cuenta que los consumidores habituales de las bebidas energéticas son la población infantil y juvenil, dos colectivos que presentan en nuestro país altos niveles de obesidad.
Seis medidas urgentes
Ante la preocupante situación que les he expuesto en este artículo pienso que hay que tomar medidas urgentes. En mi modesta opinión, estas son las más urgentes.
El término bebida “energética” debe ser prohibido. Claramente induce a error al consumidor, al hacerle creer que le va a dar un aporte extra y saludable. Nada más lejos de la realidad.
La composición de las bebidas energéticas debe ser revisada. La gran cantidad de azúcar que lleva, sumada a las elevadas dosis de cafeína, las convierten en bombas nutricionales. Es cierto que la versión light no es tan perjudicial, pero no la recomiendo por dos motivos. En primer lugar, su alto dulzor. En segundo, cuando en un establecimiento no existe la versión ligera se suele adquirir la normal.
Es urgente que cambie la legislación europea que regula la publicidad de estos productos. No es de recibo que puedan publicitar en sus envases que su consumo beneficia a la salud por la presencia de una ridícula cantidad de vitaminas que encontramos de forma habitual en la alimentación tradicional, obviando la presencia de ingredientes nada saludables en altas concentraciones. Esta estrategia comercial es lo que se conoce como nutricionismo, y hay que erradicarla.
El acceso de determinados colectivos a este tipo de productos debe restringirse mucho más. No es posible que niños y niñas de cualquier edad puedan adquirir estas bombas nutricionales sin ningún tipo de traba. No seríamos el primer país en adoptar medidas. En Lituania y Letonia la venta de bebidas energéticas a menores está prohibida desde 2014 y 2016, respectivamente.
Hay que incrementar los impuestos que se aplican a las bebidas azucaradas. Ya se ha demostrado en muchos países que esta medida, que debería también ampliarse a otros productos insanos, son efectivas a la hora de mejorar la salud pública.
Hace años se prohibió que las empresas tabacaleras y de bebidas alcohólicas patrocinaran eventos deportivos. Lo mismo debería hacerse con las bebidas energéticas. Los grandes deportistas, que son imitados por millones de jóvenes, no deberían prestar su imagen a este tipo de productos a cambio de contratos millonarios. Los jóvenes son un grupo de población muy vulnerable a la publicidad y al observar que sus ídolos promueven el consumo podrían pensar que son saludables o que mejoran el rendimiento deportivo, cosa que no es cierta.
Estimado lector: el alto consumo de bebidas energéticas se ha convertido en un problema de salud pública. Pongamos fin a este despropósito antes de que sea demasiado tarde.
José Manuel López Nicolás, Vicerrector de Transferencia y Divulgación Científica. Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular. Universidad de Murcia., Universidad de Murcia
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