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Ni libre ni ocupado: la inocencia es lo penúltimo que se pierde

Al caer la noche, las farolas de la calle Almagro se convierten en transexuales de tanga (con paquete adjunto), pechos asiliconados, besos de botox y lágrimas por dentro.
Algunos coches circulan despacio movidos por la curiosidad; otros directamente paran, negocian y ceden sus fluidos con la naturalidad de quien bosteza con la boca abierta (y los ojos cerrados).

Sábado noche. Circulo libre por Almagro dejando a mi derecha un surtido número de transexuales que fingen estar dispuestas a todo. Al tomar la plaza de Rubén Darío una de ellas, separada del resto, levanta la mano:

¡Taxi!

La inocencia maldita me obliga a frenar. Aprovechando mi ventanilla bajada la transexual (pelo largo y laceo, sostén mínimo, minifalda de de frontal abultado) me dice:

– ¿Podrías llevarme a tu entrepierna, cariño?

Por fortuna, mi colapso mental se tradujo en un fuerte golpe de acelerador, mientras el diablillo que okupa mi hemisferio derecho me repetía con insistencia: “Has vuelto a picar… ¿no aprenderás nunca?”.

[Pregunta simpulso: ¿por qué cada vez que escucho la palabra “transexual” me imagino un camión portando artículos eróticos?]

Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso

Este texto no es copyleft y ha sido reproducido únicamente con permiso del autor.

Foto: Ni libre ni ocupado

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