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Para comprender a Cayetano Cabrera

July 18, 2010

Uno de los problemas que entraña la concepción liberal de democracia y su uso neo y ordo liberal, es justamente la creación de marcos institucionales en función de la realización del mercado. Ese marco institucional, en un ámbito neo y ordo liberal, a pesar del liberalismo mismo, tiene como meta hacer funcional el sistema de relaciones a favor del mercado. Vaya: lo que quiero decir es que con el marco institucional democrático-liberal se busca afianzar un régimen de libertad política y jurídica que no atente contra el mercado. El mercado enmarca al mismo marco institucional que afianza un régimen de libertad política y jurídica que le es funcional al mercado mismo.

Aquí me gustaría hacer un paréntesis. No recuerdo dónde, pero por ahí Marx dice algo así como que los frutos de la cabeza del hombre han terminado por imponerse a su propia cabeza. Esto lo digo porque no vayan ustedes a creer que ando en la creencia de la existencia de tal idea de mercado. Lo que intento denotar con las metáforas semi-religiosos es justamente lo que dice Marx: el mercado, como fruto de nuestra cabeza, ha terminado por imponerse en nuestra propia cabeza de modo tal que, como dice el mismo Marx, si la sacamos de ésta (la cabeza) sentimos que corremos el peligro de ahogarnos.
Y justamente este era otro punto: la esotérica capitalista, la superstición mercantil, la idea de que el mercado, en tanto entidad con existencia y desarrollo propio, vendrá en su realización a crear un régimen generalizado de bienestar, ha conllevado justamente la pérdida de la libertad.

La “naturalización” del mercado; el mercado como physis originaria de historia y cultura, ha significado la renuncia del hombre a crear un mundo más justo en términos sociales. Lo que toca al hombre es construir un marco institucional que garantice paz social. La justicia social, sin embargo, no compete al hombre, sino al mercado. En una sociedad sin conflicto social el mercado encuentra suelo fértil para “dar” justicia. En una sociedad que evidencia conflicto social sólo hace que la justicia social, que sólo es capaz de dar el mercado, tarde en materializarse. Por ese motivo, en el actual régimen democrático, la diferencia social desaparece por decreto: ya no hay lucha de clases sino solidaridad interclasista; ya no hay patrones ni trabajadores, sino empleadores y empleados.

Paradójicamente, contra la comprensión del trabajo como fuerza vital y medio de realización y contra la idea de trabajo como productor de riqueza, se ha creado una “mística” de trabajo en la que éste, por sí mismo, es una actividad “liberadora”. El capitalismo ha generado un nuevo ethos del trabajo (tal vez no nuevo; ya lo había planteado Max Weber) que define que el trabajo en sí mismo retribuye, no importando ni las condiciones ni el salario. De hecho las condiciones son algo así como un reto y el salario un obstáculo. “El reino del mercado será de los pobres”.

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En sustitución lo que nos da la democracia liberal es la posibilidad de mantener el conflicto político (un conflicto bastante mechado). Las diferencias sociales se dirimen políticamente. O podemos verlo de otro modo: la desigualdad social se atenúa políticamente. Ricos y pobres; empresarios y trabajadores, son todos ciudadanos. Todos votamos y tenemos capacidad de elegir representantes, que son los que llevaran a los espacios creados para dirimir el conflicto nuestra voz y nuestros reclamos. No sólo eso: también deliberamos públicamente a través de los medios (que para lo que viene hay que decir que son parte del mundo institucional, es decir: del mundo humano). En función de serles funcionales al mercado, el conflicto mismo es institucionalizado. Pero no me malentiendan: eso es más que deseable. La violencia siempre será algo indeseable. El problema es que el conflicto social no desaparece por el hecho de que sea deseable y no puede sustituirse por mecanismos políticos y jurídicos.

Pero vamos a concretar. Mi idea es que la naturalización del mercado y la desnaturalización del trabajo es parte de una imagen de mundo que no puede producir sino injusticia. Me parece que una perspectiva crítica tendría que ir en reversa: renaturalizar el trabajo y desnaturalizar el mercado. Una perspectiva metafísica negativa, porque se pone frente a la physis (naturalización) del mercado e intenta ver los deshechos que el capitalismo va dejando, debería partir de una revaloración del trabajo como fuerza vital y como medio de vida por encima de su mercantilización. El trabajo es un elemento constitutivo del ser del hombre. El hombre piensa y delibera; por ello es conciencia libre (no a la Hegel por el momento). Pero eso no es suficiente: es libre porque actúa, porque es capaz de dirigir su voluntad según lo que piensa. Todavía más: es libre porque es capaz de procurarse sus medios de subsistencia y crear un mundo pensando y actuando. Eso es el trabajo. No es algo accidental ni externo al hombre. Si se ha vuelto extraño y hasta doloroso es, precisamente, por su mercantilización. El hombre al que le es arrebatado su trabajo se le despoja de parte de su vida. Solamente en el capitalismo, despojar a alguien de parte de su vida, se ve como algo natural. Y es todavía peor ser despojado del trabajo en el capitalismo. En un mundo donde prácticamente todo intercambio de productos es monetario, quien es despojado de su trabajo se queda sin comer, sin vestir y sin hogar.

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Ahora, ¿por qué todo lo anterior? Simple: Cayetano Cabrera, (ex) trabajador de la compañía “Luz y Fuerza del Centro”, tiene hasta estos momentos más de 80 días en huelga de hambre. ¿Motivo? Fue despojado, junto con más de 40 mil personas, de su trabajo. Quisiera plantear los ejes fundamentalmente económicos y políticos que llevaron a tal despojo, pero no es mi idea. Lo que aquí quiero expresar es que tal despojo, en el que priva una racionalidad economicista y legalista, es éticamente injustificable. El problema es que a mi juicio, en un mundo donde se ha naturalizado la desnaturalización del trabajo; en un mundo que ha aceptado su mercantilización, tal despojo se ve como algo normal. ¿Por qué? Porque la extinción de la compañía es una acción de Estado que se da en un marco legal. Peor todavía: la acción de Cayetano Cabrera se ve como una anomia política. Me he animado a escribir todo esto frente a la opinión generalizada de que en un régimen democrático esa forma de lucha carece de sentido. La opinión, sobre todo en medios, es que toda lucha debe darse en los marcos legales e institucionales. Salirse de esos marcos convierte un acto de resistencia de tal calibre en una necedad y/o exageración. Eso cuando menos; cuando más se dice de Cabrera que es un vil instrumento de una dirigencia sindical corrupta. No sólo se le ha quitado su dignidad al despojarlo de su trabajo y se ha descalificado su lucha, sino que además se le acusa de imbécil.

Otro problema es el relacionado con una exigencia desde los medios: se le pide a Cabrera respeto por los marcos institucionales y legales disponibles. Para los medios y sus analistas, en un país que entra en normalidad democrática, una huelga de hambre es poco democrática. Les resulta incomprensible y sin sentido una estrategia para enfrentar formas propias de países autoritarios. Y entonces, de forma injusta, se usa la analogía: en los medios y en la opinión pública se enaltece una acción similar en Cuba (no voy aquí a hablar de Fariñas; simplemente lo pongo como ejemplo) en la defensa de un derecho fundamental, pero se critica ese mismo mecanismo en la defensa de otro derecho fundamental (a menos, de nuevo, que se piense que el trabajo es un derecho fundamental).
Sin embargo, lo que los medios (sobre todo los analistas) no son capaces de ver (y es hasta cierto punto comprensible) es

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1) la perspectiva, el fondo, el horizonte desde donde se comprende y conceptualiza al mismo trabajo y a las relaciones sociales, y

2) la forma como se configura un régimen cuya consideración e institucionalización del trabajo y las relaciones sociales no da sino para estrategias de resistencia y lucha tipo “huelgas de hambre”.

El problema que tiene nuestra democracia es que los marcos institucionales y legales son el soporte de actos autoritarios, precisamente por el horizonte desde el que le asignamos valor a las cosas y a las personas. Una democracia que no se preocupa, por ejemplo, por el tema da la pobreza en términos substanciales y sí sólo colaterales, poco se preocupa por un tema tan filosófico como el problema del trabajo. Casos para ejemplificar hay muchos. No es sólo el SME, que es un caso cuyas dimensiones lo hacen visible. Hay que ver la facilidad con la que en este país se despoja y se maltrata al trabajador con la excusa de combatir sindicatos corruptos. Todavía más: es impresionante ver cómo la racionalidad economicista nunca es puesta en tela de juicio. En un gesto típicamente populista, se nos dice (y se nos convence) de que despedir gente o despojarlos de su trabajo o disminuir salarios, son acciones en nuestro propio beneficio. La racionalidad economicista y legalista, que responde a un horizonte historicista (en sentido peyorativo), realista y positivista, se ha acostumbrado a trabajar con datos. Ya no hay personas; hay datos. Y Cayetano Cabrera se está jugando la vida porque se niega a ser un dato. El problema no es si legal y/o económicamente se justifica el despojo del medio de vida de los trabajadores, sino que la perspectiva y la racionalidad desde la que se levanta el aparato legal e institucional está equivocada. Cayetano Cabrera se está jugando la vida simplemente porque anterior al hecho ya había sido despojado de ella.

Favián

Favián es Licenciado en Filosofía, Maestrante en Estudios Latinoamericanos y profesor de filosofía UNAM/UIC/ENP

Fragmento del artículo original “Para comprender a Cayetano Cabrera” publicado con permiso de su autor. Para leerlo completo visitar su blog Reflexiones sobre Filosofía y Política.

Foto: Haonavy