Las casas de la delegación Magdalena Contreras exhiben su rechazo al proyecto de la Supervía
Llegamos a la delegación Magdalena Contreras deseosos de saber qué está ocurriendo realmente en ésta demarcación, la más afectada según todas las evidencias por las obras de construcción de la Supervía Poniente en la Ciudad de México. Subimos por Luis Cabrera y a medida que vamos avanzando las calles circundantes se van estrechando y la zona se deprime. Cuando llegué a México por primera vez, recuerdo que lo que más me impactó fue la mezcla (mezcla en el sentido de: juntos pero no revueltos) entre clases sociales. No me gusta esa expresión, “mezcla de clases sociales”, pero ¿cómo explicar si no que pobres (¡tan pobres!) y ricos (¡tan ricos) convivan sin tocarse a pocos metros de distancia? Si hay algún lugar donde las clases sociales existan, debe ser en México.
Diminutas inscripciones sobre los carteles electorales destinados a tapar las protestas de los vecinos
Ahora me he acostumbrado –un poco-, pero visitar lugares como este me recuerda el shock inicial jamás superado del todo. Muchas casas muestran aquí, en sus ventanas y paredes, carteles contra la construcción de la Supervía. Casas pobres y casas adineradas muestran por igual su rechazo a la obra. En esto al menos están de acuerdo. La Supervía que, según nos dicen los vecinos y nos muestra la página web Obras en mi Ciudad, ya ha cambiado de nombre: ahora es la Autopista Urbana. Su objetivo: unir la exclusiva zona de Santa Fe con el Periférico Sur mediante una autopista de seis y cuatro carriles (según el tramo). Para ello tendrá que atravesar, mediante túneles, puentes y más túneles, las delegaciones de Álvaro Obregón y Magdalena Contreras. Un proyecto, nos dicen, cuyo verdadero objetivo es revalorizar la zona de Santa Fe cueste lo que cueste.
Límite delegacional entre Magdalena Contreras y Álvaro Obregón
La colonia La Malinche está ubicada sobre una agreste barranca, de manera que las demoliciones de casas –algunas ya realizadas- quedan ocultas a la vista. A primera vista, todo es normal. La delegación ha mandado cubrir muchas de las pintadas en las calles, substituyéndolas por carteles de promesas electorales cumplidas. Al ojo curioso, sin embargo, no se le escaparán las pequeñas –y no tan pequeñas- anotaciones de “No a la Supervía” presentes por todas partes. Los vecinos nos muestran los planos de las obras y los recortes de periódicos que guardan celosamente como prueba de su empeño en detener lo que parece ya inevitable, pues el gobierno del Distrito Federal ya ha mandado derruir varias casas y amenaza con demoler varias más. La Supervía saldrá de Santa Fe, donde las obras ya han empezado, y se llevará a su paso miles de árboles (26.489 exactamente, según las cuentas del Partido Verde Ecologista de México) y varias decenas de casas.
La zona cero, en la calle Rosa Norte (La Malinche)
Muchos vecinos de La Malinche se agruparon bajo el nombre del grupo “ciudadanos por contreras” al enterarse (extraoficialmente) de los planes del gobierno de la ciudad. Nunca fueron puestos sobre aviso formalmente, nos dicen. No fue hasta el 5 de Abril de 2010 que el gobierno de la ciudad accedió a reunirse con ellos y confirmó el proyecto, aunque no quisieron mostrarles los detalles. A la salida de la reunión, 3000 granaderos esperaban a los vecinos. Éstos, amedrentados pero contentos por haber conseguido –al fin- una reunión oficial, regresaron mansamente a sus casas. Al día siguiente llegaron las notificaciones de las primeras expropiaciones.
La Supervía aterrizará en La Malinche, procedente de los túneles de Álvaro Obregón, en forma de puente, llevándose a su paso varias decenas de casas, y se convertirá luego en un túnel que avanzará bajo la calle Luis Cabrera hasta desembocar en el Periférico. Los vecinos que no están afectados “directamente” por las obras, y que por lo tanto no serán indemnizados, temen el paso de la autopista junto a sus casas y las excavaciones del túnel bajo sus cimientos. Lo comprendo. Recuerdo cuando en Barcelona se derrumbaron varios edificios durante la construcción del túnel del Carmelo. La psicosis que se desató entonces todavía no ha cesado. Es más, muchos se oponen en Barcelona al paso del tren de Alta Velocidad bajo sus casas porque temen similares derrumbes no solo de sus casas sino –aún peor- de los emblemáticos edificios de La Pedrera y la Sagrada Familia. ¿Qué no temerán los vecinos de Magdalena Contreras? ¿Qué secretos miedos no los recorrerán?¿Quién quiere cambiar la tranquilidad de una delegación rodeada de frondosas barrancas por la vecindad de una autopista por la que se calcula que pasarán 40000 vehículos diarios, a pesar de que el gobierno del Distrito Federal insista en que esta obra mejorará la calidad de vida de 195000 personas?¿Se referirá a su calidad de vida, o la de otras personas?
Calles sin banquetas en la colonia La Malinche
Nuestro guía nos ha recibido muy amablemente. Nos ha abierto las puertas de su casa y se ha ofrecido a guiarnos por el barrio y a llevarnos hasta Santa Fe para que podamos ver con nuestros propios ojos el avance de las obras. Hay tristeza en sus ojos después de tantos meses de lucha, pero aún así desea mostrarnos la magnitud del desastre. Le estamos muy agradecidos por permitirnos ver la historia a través de sus ojos. Nuestro guía se muestra dolido y resignado. Sabe que las obras ya han empezado en Santa Fe, mientras que en La Malinche decenas de casas han sido derruidas conformando un alucinante paisaje de guerra. El mal ya está hecho, o al menos comenzado. A lo que no se resigna, sin embargo, es a que la Supervía deba ser de pago. ¿Por qué, se pregunta, se construye en nombre de todos los capitalinos una obra que solo podrán usar algunos? ¿Por qué debe ser de pago? Dice que el gobierno de la ciudad les ofreció hacerles unas tarjetas especiales para que los vecinos de la zona pudiesen utilizar la Supervía de forma gratuita. Dice también que ellos la rechazaron, porque, afirman, no se trata de que ellos puedan usar la Supervía gratuitamente, sino de que todos los habitantes de la ciudad puedan hacerlo. Una magnanimidad admirable que jamás fue recompensada. ¿Hubiese cumplido el gobierno esa promesa? ¿O era solo un bluff? No lo sabremos nunca, porque los colonos la rechazaron. Dice nuestro guía que su delegación tiene problemas que jamás han sido resueltos. Calles mal asfaltadas, sin banquetas, para empezar. Y ahora les cae del cielo un nuevo problema, mucho mayor: la Supervía.
Santa Fe, que parece tan cercana, está en verdad muy lejos. Las carreteras serpentean a través de las montañas, suben y bajan, no se acaban nunca. Las casas son pobres. Y a lo lejos, de repente, vemos el skyline de Santa Fe. Un modernísimo Manhattan en la distancia mientras hacemos equilibrios para captar la vista sobre los pavimentos deshechos de Santa Rosa.
Vista del skyline de Santa Fe (al fondo) desde Santa Rosa
Santa Fe. Otro mundo. El shock del paso a la zona rica desde las zonas pobres es desequilibrante. Enormes y brillantes edificios –dicen que son edificios inteligentes-, parques perfectos, impecable pavimentación, calles privadas. Resulta difícil imaginar que esta zona haya sido alguna vez un basurero. Pero lo fue. Las obras han comenzado ya en el Parque Tarango, resguardadas por un desmesurado despliegue policial que no se corresponde con la tranquilidad y el verdor de la zona. Pero el paso está cerrado: los ingenieros nos impiden entrar a ver el desarrollo de las obras. Nos dicen que visitemos la página de internet, que allí podremos ver las maquetas. ¡A poco piensan que hemos atravesado la ciudad a través de barrancas para que nos conformemos con una dirección de internet donde ver maquetas! Ni siquiera nos dicen en qué página, pero supongo que se refieren a la de Obras en Mi Ciudad. Nos ponemos de nuevo en marcha para atravesar Santa Fe de nuevo y encontrar algún lugar con buena perspectiva desde donde ver, aunque sea de lejos, las máquinas que demuestran que las obras ya han empezado.
Llegando a Santa Fe
Las excavadoras trabajando en el Parque Tarango (Santa Fe)
Los folletos de la obra que el gobierno capitalino ha distribuido entre los vecinos de La Malinche llaman nuestra atención. Su diseño es perfecto: verde sobre blanco, con arbolitos en la cabecera. ¡Cómo vende el verde, aún cuando lo único que podamos decir con seguridad es que esta obra puede ser cualquier cosa menos ecológica!
Casas destruidas en La Malinche
De regreso a La Malinche, visitamos la zona de guerra. Un silencio crepuscular cae sobre las casas deshechas. Imagino -tan solo imagino- que el golpe moral al ver la destrucción de su colonia ha debido ser inmenso para los vecinos. Una capilla pintada de amarillo, salvada in extremis de la demolición por estar en zona federal, marca el límite entre aquellos cuyas casas han sido condenadas a muerte y aquellas casas que se salvarán de la demolición. Una línea invisible, que pareciera trazada al azar, marca el destino de los vecinos. Los condenados por el lápiz del arquitecto se han ido ya, indemnización en mano. Los otros contemplan el paisaje lunar sin acabar de comprender si han tenido mala o buena suerte, tratando de imaginar, tal vez, el gigantesco puente que se incrustará bajo sus casas en menos de dos años. Las casas deshechas muestran sus intestinos a los curiosos. Juguetes y pedazos de espejos conviven sobre escaleras llenas de escombro que ya no conducen a ninguna parte. Podría ser perfectamente el fin del mundo, pero es tan solo el fin de algunas vidas en las que nadie pensará dentro de poco. La ciudad ansía más puentes, más trayectos, más coches, aunque sea solo para el disfrute de la minoría que decide los destinos de la gran urbe.
Altea Gómez y Marcos Moreno. Altea Gómez es periodista, guionista y cuentacuentos. Marcos Moreno es psicólogo social y Máster en Investigación Social por la UAB.
Fotos: Pateando Piedras