A nadie se le escapa que cada vez se habla más de series que de películas, más de televisión que de cine. Y hablar de series es hablar de plataformas de streaming, servicios de pago, algoritmos, atracones de series y diversas siglas y anglicismos que se han incorporado a nuestras conversaciones. Claramente la televisión ha hecho un cambio radical que solamente se puede explicar con la aparición de Netflix, el famoso Binge Model y el estreno de golpe de las temporadas completas.
El lanzamiento de los canales de pago, como HBO a mediados de los noventa, acercó la televisión a la calidad cinematográfica, aumentó la complejidad narrativa y plantó la hibridación de formatos. Con series como Sex and the City (1998-2004), The Sopranos (1999-2007) o The Wire (2002-2008) puso la televisión en boca de todos. Esto generó un cambio de era para el medio que culminó cuando Cahiers du Cinéma nombró la tercera temporada de Twin Peaks (ABC, 1990-2017) como mejor película de la década (2010-2019). Aun así, las normas formales que definían la televisión siguieron intactas.
… y llegó Netflix
La llegada de Netflix hace que esta evolución se convierta en revolución. El cambio que propone esta compañía es total y afecta a todas los aspectos que intervienen en la creación de las series.
Para empezar, cambia el sistema de venta de productos. En el panorama anterior se seguía una estrategia en que la distribuidora compraba la serie por una parte de lo que había costado. Netflix propone el sistema cost plus en el que se cubre la totalidad de los gastos y, además, se añade un ingreso extra. Esto se debe a que la distribución por internet y bajo demanda desvincula las series de las parrillas y la programación convencional. El objetivo ya no es llenar un horario, sino generar el mayor número de productos posibles y especialmente tener los derechos ilimitados para su distribución.
Y, como una revolución no es revolución si no molesta a los poderosos y amenaza el statu quo, las empresas que dominaban el panorama televisivo se pusieron en pie de guerra. Los seis grandes conglomerados que lo controlaban todo (Comcast, 21st Century Fox, Disney, Viacom, Time Warner y CBS) han visto su negocio peligrosamente amenazado por la llegada de Netflix.
Un elemento imprescindible para entender el cambio que supone Netflix es la libertad que otorga a sus creadores, lo que ha permitido la creación de contenidos más autorales. Conectan con un nuevo público, joven y tecnologizado: la generación milenial.
La televisión milenial
Los mileniales (nacidos entre 1981 y 1995) rechazan la publicidad y se han desvinculado de la televisión lineal convencional. Para apelar a este público, las cadenas han adaptado sus métodos de distribución para favorecer la posibilidad de compartir digitalmente, eje fundamental en las interacciones mileniales.
Hay un elemento que apoya todo esto: el algoritmo. En plena era del big data, Netflix fue pionera en la aplicación de estas herramientas en el mundo del entretenimiento. Viendo el inmenso potencial que tenía el sistema de recomendaciones, en el año 2006 anunció el Netflix Prize. Netflix ofrecía un millón de dólares al individuo o equipo que mejorara su sistema de recomendaciones en un 10%. Más allá de la competición en sí, el concurso permitió que todos los investigadores digitales pusieran sus ideas en común. Este momento es clave porque el panorama televisivo, y en concreto las industrias digitales, tienen como seña de identidad el secretismo y la opacidad.
El algoritmo tiene un impacto que sobrepasa su función inicial vinculada a recomendar. Con la gestión del inmenso volumen de datos que producen todos los usuarios, Netflix abandona el sistema de targets tradicional estructurado únicamente por edades y géneros. De este modo aparece un sistema de micro nichos mucho más preciso, personalizado y rentable. Esta información sobre las preferencias de los espectadores también se usa para decidir qué se produce, dónde se programa, a quién se le muestra o cómo se le muestra. El algoritmo influye en todas las decisiones que toma Netflix.
¿Sigue siendo televisión?
Proclamar que las series de Netflix no son televisión es aventurado y poco preciso. La tecnología con la que se transmite un medio no tiene por qué reformular el medio en sí. Nadie discute que la literatura deje de ser literatura al consumirse a través del libro electrónico. Pero en este caso aparecen algunos factores que empujan los límites con una gran voluntad de romper con todo lo anterior.
Definir qué es un medio siempre supone un reto, y más aún en los tiempos tan cambiantes en los que vivimos. En el caso de la televisión, se instauró el flujo constante de contenido como elemento vertebrador. Como en otros medios (como la radio) la televisión no se detiene cuando el usuario apaga el aparato. Tecnologías como el VHS o el DVD ya desafiaron estos conceptos, pero las plataformas que operan a través de internet son las que han generalizado esta práctica.
Los atracones y sus efectos
Eliminar la publicidad y dejar que el usuario cree su propia parrilla incita a estos atracones a los que estamos tan acostumbrados. Esta práctica aporta un mayor grado de control sobre el producto y mejora la vinculación con la marca. También encaja con las costumbres mileniales. Y, a día de hoy, la televisión ya se consume más en soledad que en familia.
En cuanto a su efecto sobre la narrativa, el estreno único de Netflix también pone en entredicho uno de los elementos que define la serialidad: el capítulo como unidad. Si se estrena y se consume la temporada entera de una vez, ¿qué sentido tiene dividir las tramas para que coincidan con los episodios? De este modo, la nueva televisión también invalida algunas normas formales que habían sido fundamentales durante la historia del medio.
Las nuevas series son más cortas, con tramas que piden una mayor atención y con una apariencia narrativa que las acerca a los largometrajes. Sin embargo, el mundo de la televisión es cambiante y lleno de particularidades. Lo que hoy es revolucionario, mañana puede ser cliché.
Adrià Naranjo Barnet does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Adrià Naranjo Barnet, Doctorando en Humanidades Digitales (Narrativas Televisivas), UNIR – Universidad Internacional de La Rioja