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Generación Nepantla: Confesiones de un hombre enojado

Desde la lejanía, y en un clásico síndrome de expatriado, desaparece la justa medida. Todo lo que llega de tu patria pasa por un filtro extremo. Lo que quisieras o imaginarias sobre la Cataluña ideal topa con el rumbo real que poco a poco va tomando la política, la cultura y la ideología predominante. Enoja darse cuenta que el país que tu contribuiste a armar es esta amalgama neocon, cerrada y autista que hoy marca la línea. Aunque esta imagen tampoco sea del todo real. Es la imagen del mundo que yo contribuí a crear y que no depasa el 15 o 20 % de la población. De Miravet a Berga, hay muchas Catalunyas que no necesitan istmos ni peajes patrióticos para que uno se sienta en casa. Supongo y afirmo.
Sucede que desde México los compromisos con la realidad catalana -todo lo que uno debe callar en cualquier sociedad para no entrar en follones permanentes- desaparecen.  Así que en el espejo de tu vieja militancia ya no te reconoces, y por eso estalla, sonora y locuaz, la fractura inevitable.

Antes que me fuera era ya un extraño en mi ciudad. Mi historia es una pelea solitaria y básicamente absurda contra dos religiones que dominan el espectro de las lealtades, la cultura y hasta el vermut dominical: catalanismo y españolismo. Recorrí todos los caminos de un extremo a otro, cambié incluso de bando, volví a la “casa gran” del nacionalismo catalán, me enfrenté a aquellos que pareciendo críticos de la omertá catalana -compañeros de viaje fueron- buscaban tan sólo el cobijo de los Madriles. Pero no volví a casa alguna. Al fin, los movimientos, como las manadas, tienen sus reglas sagradas. Y quien un día se va no vuelve nunca. Si encima miras atrás para ver lo que eras te conviertes en estatua de sal. En eso me convertí, claro. Y por eso nadie extrañó mi marcha y nadie extrañará mi vuelta.

En realidad, en el laberinto ibérico, las identidades enfrentadas no son el cáncer que preconizaba el intelectual de cámara del aznarismo, Jon Juaristi. Son más bien consecuencia inevitable de la depuración de España que hizo el genocidio franquista. Tan certera y eficaz que tantas décadas después a nadie le importó que el estado español perdiera toda soberanía a manos de la plutocracia europea y la oligarquía restaurada aliada con las burguesías regionales. Con Paquito, la anti-España venció y destruyo tan profundamente lo real que sólo quedó esta hidra de mil cabezas que son los patrioterismos hispánicos. Ni lo discuto, ni lo apruebo, ni me meto. No hay marcha atrás y la ruta que el catalanismo tomó hace más de cien años se parece tanto a la de hispanismo que a la hora de la verdad, y en manos de los mismos gerentes del cártel empresarial,  todos recibirán su receta de degradación y miseria en la actual crisis sistémica.
Quizás los enojos van por ahí. No hay frente popular que reconstruya la idea republicana. La misma que compartirían gallegos o valencianos. No hay más España que la que organizaron Felipillo y Aznar. Está la de Julio Anguita, la mía también sin duda, pero igual no puedo mentir. Mis compatriotas están ya muy lejos de las ideas federales y los mitos de la independencia han creado una realidad alterna tan poderosa que ni  el hundimiento económico de Catalunya les permite concebir un remedo de lucha de clases. Mientras sueñan el concierto económico y la separación total, la patronal toma el control de la situación.
Lo peor es que la expatriación genera sus propias fantasías, igualmente locas. Tras encontrar, en la lejanía, una idea de España que puedo compartir no quedan muchos en mi tierra para intercambiar cromos. El sentido común me recuerda que las ilusiones republicanas no tienen base alguna. Ni futuro. El españolismo sustituyó a España igual que el catalanismo sustituyó a Cataluña. Asi como el salvaje nacimiento de Israel destruyó el mundo y la religión judía, su rica y compleja historia, reducida a la nada por el anhelo de poder del sionismo, lo mismo sucede con Iberia.
Uno ya no tiene vela en este entierro ni nadie que quiera escuchar los soliloquios del exiliado. Así que en ataques sincopados me irrito, me enervo y me encabrono por una tierra que tomó su rumbo y no es el mío. Desgajado, irremediablemente separado de un mundo que casi no comparto, mis textos terminan siendo un insoportable mejunje de sensibilidad extrema y rabia enfermiza.
Entre tantos aspavientos, te encuentras hablando sólo ante el espejo y   ves el fantasma de aquel que un día sostuvo todas las banderas y todas las querellas del patio español. Así que mejor desapareces con un chasquido y fin de la historia. Sales a la calle, vives en Ciudad de México y el mundo sigue siendo un lugar extraño y maravilloso. Com dicen aqui, para bajarle el teatro sentimental, “silenciate wey, eres más dramático que Juan Gabriel !” Oído barra…
Oriol Malló, publicado originalmente en su blog Generación Nepantla
Imagen: NeoDaVe
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