Un viaje imprevisto me ha llevado a una de esas playas que miran hacia el Norte. Mi cliente, un señor mayor, bohemio y excéntrico, siempre que viaja, según me dijo, lo hace en taxi:
– No soporto los horarios, las antelaciones, las prisas, ni los compañeros de viaje no elegidos. Tampoco me gustan los aviones, ni los trenes: El cielo es para los pájaros y circular por raíles jamás invita a la improvisación. A lo largo del año viajo cuatro o cinco veces a Santander por placer; yo todo lo hago por placer. Y siempre en taxi.
Tenía unos 70 años. Traje de lino blanco y un sombrero que no se quitó en todo el trayecto.
A 200 kilómetros de Madrid me pidió parar en una taberna concreta de un pueblo aledaño a la autopista (no recuerdo el nombre del pueblo, pero sí el de la taberna: “La sorna”). Nada más entrar, el tabernero salió de la barra y le tendió la mano a mi usuario:
– Don Braulio. Un placer volver a tenerle por aquí.
– En esta taberna sirven el mejor Jack Daniel´s de toda la Provincia – me susurró don Braulio al oído.
– ¿Y qué tiene de especial este Jack Daniel´s? – pregunté.
– Los hielos. Aquí los hacen con agua Evian.
– Recuerdo la primera vez que vino don Braulio a esta taberna. Jamás lo olvidaré: Tomó ese mismo asiento, me pidió un Jack Daniel´s, y nada más tomar el primer sorbo movió el vaso para que sonaran los hielos y me dijo: “¿Evian?”. Yo le dije: “En efecto”. Entonces él se levantó, y haciéndome una reverencia con el sombrero me dijo: “Mi nombre es Braulio. Don Braulio, si no le importa. En estos instantes acaba de convertirse usted en mi mejor amigo”. Esto fue hace más de diez años. ¿Lo recuerda, don Braulio?
– Claro que lo recuerdo. Sigue siendo usted mi mejor amigo.
Tres vasos anchos de don Braulio después (y dos cafés míos) reanudamos la marcha. En ese segundo tramo del trayecto a don Braulio le entró el sueño pero se resistía a dormir (se pellizcaba, o se daba palmaditas en la cara).
– Duérmase un rato, si lo desea. Cuando lleguemos, yo le despierto – le dije.
– Le daré un consejo valiosísimo, amigo: Un caballero sólo duerme en la intimidad; nunca en público. A un caballero jamás se le puede caer el sombrero.
Al llegar a su destino, a los pies de una preciosa casa de estilo colonial, muy cerca de la playa de El Sardinero, con el taxímetro marcando 463,55 €, don Braulio me tendió un billete de 500€ y me dijo:
– Si desea hacer noche en esta bella ciudad, a dos manzanas encontrará un hotelito muy acogedor. Preséntese como el taxista de don Braulio y le harán un buen precio.
Y allá que fui.
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Escribo este post desde la terraza de un café, en Santander. Aún no le he dicho al recepcionista del hotel cuántos días me quedaré. Quizás hasta agotar los 500€ de don Braulio o puede que antes, o después. No lo sé. Soy mi propio jefe, no me espera nadie en casa, y aquí se está muy bien, quiero decir.
Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso
Texto reproducido con permiso del autor.
Foto: Ni libre ni ocupado