A Frozen Second.
Se necesitan unos 230 kg para aplastar un cráneo humano…pero la emoción humana es algo mucho más delicado.
…mi primera separación ocurre justo enfrente de mí, nunca pensé que sería como un choque de autos, pise el freno a fondo y voy patinando a un impacto emocional.
Ben Willis.
¿Cómo detener el tiempo?
Mi pupitre se encontraba justo en la parte de atrás, casi pegado a la pared. Era un salón pequeño donde apenas cabíamos los 25 alumnos que tomábamos la clase, tenía 10 años, una edad si no difícil por lo menos complicada. Empiezas a relacionarte con el mundo y con sus adversidades, los castillos de arena comienzan a derrumbarse y las nubes se impregnan poco a poco de un color grisáceo.
Estas creciendo, pese a todo y contra todo.
La maestra, una señora de aspecto algo conservador y mocho, solía llamarme la atención en numerosas ocasiones durante el transcurso del día. Más allá de un mal comportamiento, lo mío era más bien distracción, una especie de fuga o distanciamiento mental que me ausentaba de mi cuerpo. Simplemente me iba de ahí, me escapaba por la tangente de los pensamientos a espacios que en su mayoría no presentaban una lógica o coherencia precisa. Lo mío era más bien, por así decirlo, un viaje, un escape de una realidad que parecía no gustarme o satisfacer mis necesidades inmediatas.
Justo a casi dos asientos, se encontraba Ana Lilia, una niña de aspecto pálido, con mirada risueña y cabello castaño claro, su piel era tan blanca que a veces me daba la sensación de que podía ver a través de ella, como si fuera una especie de papel traslucido cubierto de lunares y bellos diminutos. Estaba enamorado de ella, o por lo menos eso creía, de todas maneras que podía saber en ese momento.
De alguna u otra forma ella era el pretexto perfecto para mis constantes viajes. Tomaba de manera casi anónima e insurrecta una pequeña parte de Ana para mudarme de aquel mundo que lentamente se caía a pedazos. No se trataba de un sueño en el cual los dos estábamos juntos en algún jardín o en el patio escolar, o de la fantasía inocente de un sencillo beso que apenas rosaran los labios, no nada eso. Lo que yo podía ver en las imágenes que se aparecían ante mí, era que yo me convertía en un intruso, un habitante de alguna parte que la conformaba, un espía que se perdía en la longitud de su cuello, de sus manos o su cabello. Me transformaba en un huésped de su cuerpo, en un órgano intruso que podía recorrer la superficie de su ser, volviéndome parte de ella. Y entonces por un acto de magia o de capricho del universo, el tiempo se detenía, todo cuanto existía, salvo nosotros, se volcaba en un tremendo stop que estremecía la tierra, mientras, los dos cohabitamos esa pausa a manera de cómplices trasportándonos de un lugar a otro.
Detener el tiempo, jugar con él como si fuese un objeto tangible y moldeable, tenerlo en las manos como una especie de masa sin forma que pudiéramos manejar a nuestro antojo. Tal parece ser uno de los temas centrales de Cashback, este film de Sean Ellis estrenado en el año 2006, que tiene como personaje principal a Ben Willis, un estudiante de arte que al romper con su novia adquiere, el no tan placentero, don del insomnio.
Los días transcurren y Ben se da cuenta que tiene ocho horas más de vida, ocho horas con las cuales podía hacer y deshacer cuanto quisiera. Leer, caminar, dibujar, trabajar en un supermercado o inclusive detener el tiempo.
Apasionado por la belleza de un cuerpo femenino al desnudo, Ben nos transporta hacia el mundo de sus anhelos, de sus sueños mas íntimos, mismos que desembocan en una aspiración hacia lo bello, hacia aquello que parece no existir a menos que uno se lo invente.
Y justo en medio de toda esa lluvia de sensaciones, de palabras y de instantes congelados, esta la búsqueda o espera del amor, de el eco que resuene en la inmensidad de la noche, para convertir una soledad en algo trascendental.
Cashback, una película de sueños, de tiempos transitorios y eternos, que nos harán preguntarnos si estamos realmente en el lugar y momento adecuado.