Ya se me estaba haciendo costumbre dejar de pensarte. La mañana lluviosa con la que despertamos y tu pierna sobre mi, me recordaron qué bien se sentían los besos del otro en mi piel.
Lo de nosotros ya era la pura y cruel idea romántica de envejecer juntos, pero ya no me movías para nada. Creo que yo tampoco a ti, pues cuando te vi llegar con un par de novelas bajo el brazo ni siquiera me sorprendió que te los dedicara una tal “Mariana” en tu cumpleaños.
Según yo recuerde, hace seis meses celebramos que llegaste a los 40. Últimamente estabas más cariñoso conmigo que de costumbre, te reías (cosa inaudita) y hasta hacías planes para los dos mientras escuchabas Paris Lounge, de The Gothan Project.
Eso sólo fue la confirmación que tenías una amante. Debo confesarte que no me extraño, de hecho, lo esperaba. Me excitaba la idea de saberte con otra y que luego vinieras conmigo. Quería observar todos los procesos que seguías para tapar su olor de tus muslos, cómo quitabas sus besos de tu pene.
Te imaginaba en el baño, despidiéndote temporalmente de sus caricias mientras tomabas una rápida ducha, te secabas y corrías hacia mi.
En mi mente, yo jugaba a ser la otra y dejaba que la tal “Mariana” fuese la de planta. Yo estaba ya tan aburrida de ese papel: aguantarte en tus malas (cada vez más frecuentes), soplarme a tu familia, los viajes (cada vez mâs escasos) juntos.
Me gustabas mucho. Los 40 años te llegaron en el mejor momento, tus ojos verdes verdes, tatuajes marchitos de una adolescencia poco común y esa manía de tocar la guitarra una y otra y otra vez, era algo que inmediatamente me ponía húmeda.
Pero de un tiempo a la fecha todo eran pleitos, distancias, lágrimas. Esa no era la vida que quería para mi. Ese no era el “nosotros” tan largamente acariciado.
Take it all away de Cake me ayudó a tomar la enferma decisión. Yo jugaría a ser tu amante también. Para mi serías el otro que nunca tuve. Un juego de rol tan enfermo que me excitaba tanto. Casi no podía contener la respiración.
Regresé a correr. Cinco km diarios no bastaban para calmar mis demonios, así que invertí horas en clases de todo lo que encontré. Compré lencería nueva y te fui seduciendo poco a poco. Intentaba posturas nuevas, juegos del amor diferentes. Me transformé en otra.
Pero justo en esa transformación, tratando de encontrarte, lo conocí. Mucho más joven, con más ganas de salir, experimentar, de dejarse en los huesos en cada amor.
Con él recorrí los moteles de la mitad de la ciudad. Sólo deseaba nunca encontrarte en uno de ellos. Tú cada vez más atento conmigo, yo con él cada vez más en la piel.
Miles away de Madonna fue la última canción que escuchamos juntos. “Lo único que me gusta de ella es el video que le hizo su ex marido donde todo se desmadra”. Una tibia sonrisa y un beso volátil cerraron la conversación.
Ya no puedo más con esto. No tengo el valor de enfrentarte, aún teniendo todas las pruebas de que te enamoraste de alguien más. No tengo el valor de quedarme, aún sabiendo que puedo vivir contigo enamorada de otro.
Toda esa transformación sólo provocó que quisiera irme, dejándote con todo. Y así lo hice. Esta es mi carta de despedida. Sí, desde mi móvil. Así de cobarde soy. No me busques, que ya no estaré nunca para ti o para alguien más. Sí, así de dramática.
Quise buscar a tu “Mariana”, cazarla, despedazarla. Pero, al final, a ella le agradezco mi libertad. Que ella, o quien sea, te aguante con tus neurosis, tus demonios y tus achaques.
Sí, me voy porque es lo más sano para los dos. Ojalá que estés bien. Yo no sé qué pasará conmigo, pero de algo estoy segura: con mucho prozac y poco amor me balanceo peligrosamente entre la cordura y la levitación, cual Anna begins, de los Counting Crows.
Al final, sólo Julieta murió por amor y yo me llamo Raquel.
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